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FP, unas siglas que cambiaron su significado en cuarenta años de socialismo

FP, unas siglas que cambiaron su significado en cuarenta años de socialismo

Como los lectores podrán suponer, me estoy refiriendo en primer lugar a la tan conocida como devaluada Formación Profesional que casi desapareció del programa educativo desde los primeros años de llegada del Partido Siempre Opuesto a España y a sus intereses, como nos viene demostrando a lo largo de su penosa historia dentro de los casi ciento cuarenta años de infausta antigüedad.

Hace ya más de siete años dediqué unas pequeñas reflexiones al tema de la Formación Profesional y a su ostracismo por parte de los que se llaman a sí mismos progresistas y que no hacen más que dar pasos atrás en su afán igualitarista, que no igualitario, que ha llevado a nuestro país a ocupar los peores puestos en las evaluaciones educativas, con especial incidencia en las comunidades que durante más tiempo han padecido gobiernos socialistas y aún más en la única que sólo tuvo al puño y la rosa como dirigentes, mi querida Andalucía.

Y es que no deja de llamar la atención que desde su llegada al gobierno en 1982, el supuesto «partido de los trabajadores» -Obrero reza una de sus siglas, despojada hace bastante tiempo de su verdadero significado-, sea el que precisamente haya acabado con la excelente Formación Profesional existente en España desde los finales cuarenta hasta su práctica desaparición hoy.

Recordemos que una ley de 1949 -en pleno franquismo- estableció un Bachillerato especial de carácter profesional, en régimen de internado, y que el éxito de aquellos Institutos Laborales hizo que, por acuerdo de los Ministerios de Trabajo -al que se asignaron- y de Educación, se aprobara en 1956 el Estatuto Provisional de Universidades Laborales que empezaron con las de Gijón (“José Antonio Girón de Velasco” gestionada por jesuitas), la Córdoba (“Onésimo Redondo”, por dominicos) -ésta la conocí bien por diversas circunstancias-, Sevilla y Zamora (“José Antonio Primo de Rivera” y “San José”, respectivamente, por salesianos) y Tarragona (“Francisco Franco”, por laicos procedentes en su mayoría de la Delegación Nacional de Juventudes), llegando a ser doce en 1975. Unos años después, 11 de mayo de 1959, se aprobó la Ley de Universidades Laborales desarrollada por un Reglamento de 24 de noviembre de 1960. Copio literalmente lo que se recoge al respecto en un documento de la Fundación Francisco Franco, del que tomé algunos de los datos anteriores: «El régimen de estudios comprendía un ciclo común, en el que se concedía especial importancia a la educación humana, física y religiosa con actividades complementarias tan variadas como escribir a máquina, conducir un coche, tocar instrumentos musicales, aeromodelismo, literatura práctica y deportes. Un segundo ciclo, de especialización, se articulaba en fases de aprendizaje, oficialía y maestría en las ramas de Agricultura, Metalurgia, Mecánica, Electricidad, Construcción, Artes Gráficas, Industria Textil e Industrias Alimentarias. Cada una de las Universidades desarrollaba una o varias de estas ramas concretas» y subrayo las dos frases que desde mi punto de vista resumen el espíritu que presidía aquella brillante iniciativa y que merece la pena destacar: «educación humana, física y religiosa», imprescindibles en la formación del individuo como persona y «fases de aprendizaje, oficialía y maestría», que algunos completaban con un Peritaje Industrial y unos pocos con una Ingeniería Superior, en las especialidades que ya se habían iniciado en la Universidad Laboral que, en cualquiera de sus opciones, daban al mercado laboral excelentes profesionales y, lo que era fundamental, formados también como personas en el esfuerzo, trabajo y mérito, algo que hoy se echa en falta.

Conocí, como decía, la Universidad Laboral Onésimo Redondo de Córdoba en la que, bajo la organización y coordinación de mi padre (q.e.p.d.), se celebraban los Concursos de Formación Profesional Provinciales -como en las demás provincias españolas- con la participación de otras Escuelas de Aprendices existentes en otras empresas industriales así como de las Escuelas de Oficialía y Maestría Industrial anejas a la Escuela de Peritos -en las provincias que existían-, que después daban paso a sus fases regionales, nacional e internacional, en la que siempre los representantes «aprendices» españoles quedaban en lugares destacados en no pocas especialidades. Que se lo pregunten a los alemanes o suizos -por citar los destinos más representativos entonces- que recibieron mano de obra española en los finales 50’s y primeros 60’s.

Pero claro, las Universidades Laborales eran producto del franquismo y había que eliminarlas, no fueran contagiosas de ese espíritu de esfuerzo, trabajo y mérito que decía, pilares fundamentales en todos los niveles académicos durante la «dictadura» -con los matices que se quieran- y que había que apartar «a toda costa» del programa escolar y académico en general. En esa línea, primero de «no molestar» a los socios izquierdistas y, sobre todo, nacionalistas y, después, de acabar con los restos para siempre, en 1978 pasaron a depender exclusivamente del Ministerio de Educación, Instituto de Enseñanzas Integradas, organismo que en 1980 la UCD suprimió, pasando las competencias a la Dirección General de Enseñanzas Medias para que a partir de 1982, con la llegada del PSOE, el personal de estas Universidades Laborales pasara a la Dirección General de Función Pública y a continuación sus instalaciones cedidas a las Administraciones Autonómicas junto a las transferencias en materia educativa, el mayor error de los muchísimos cometidos desde aquel nefasto «café para todos» iniciado en 1978.

Y como adelantaba en el título, estas nobles, prestigiadas y prestigiosas siglas de aquellos años, han pasado a una nueva F. P., más acorde ahora a esa Fábrica de Parados -o subcontratados en el mejor de los casos- en el que se han convertido la mayoría de universidades actuales, públicas sobre todo, pero de lo que no se libran buena parte de las privadas, en ese afán igualitario y acomplejado de una izquierda penosa -el nacionalismo se aprovechó de ello, aunque con otro objetivo además- que aspiraba a que todos los jóvenes tuvieran títulos universitarios y, para ello, nada más fácil que caer en esa «Incontinencia Universitaria» que ya he denunciado muchas veces, a base de una universidad en cada ciudad de cierta importancia -por supuesto todas las capitales de provincia, faltaría más- pasando de los doce distritos universitarios que ya en los 70’s tenían sus «goteras» –«Médico en Cái y abogao en Graná, total ná» (con perdón), decía una conocida coplilla de entonces, aunque no eran estas las únicas plazas y especialidades-. Y no se quedó ahí la incontinencia, sino que para que el desastre fuera completo se multiplicó el número de «carreras», se elevó a carrera universitaria lo que eran formaciones de grado medio o simplemente oficios de la anterior F. P. y, cómo no, inventos sin porvenir alguno y todas las «especialidades» en todas las universidades públicas, sembrando unas expectativas que después el mercado no atiende porque directamente «NO» las demanda ni necesita, con lo que la Fábrica de Parados se convierte además en Fábrica de Frustrados, caldo de cultivo para alimentar las protestas contra los que, por acción o por omisión, los deja en la calle después del poco o mucho esfuerzo que les pueda suponer ese «título para enmarcar», que nunca será valorado por el mercado y que en el mejor de los casos les da un salario que cualquiera de las especialidades de una Formación Profesional de las de antes superaría con media jornada de trabajo.

Y no quiero terminar sin volver a citar dos «escuelas» de Formación Profesional que sí han tenido para muchos -desgraciadamente no siempre, por no ser cruel, los mejores- un éxito inesperado, sin formación ni experiencia reconocida, más allá del arte de la «trepa» que, como habrán adivinado, son esas organizaciones juveniles de los partidos políticos que replican la estructura de sus matrices nacionales, como son las Juventudes Socialistas y las Nuevas Generaciones -algunos de sus miembros sobrepasan la treintena-, que no faltan en otras formaciones aunque sean menos conocidas, haciendo de la política una auténtica «profesión» para la que -a diferencia del resto de las existentes en el mundo laboral- no se exige experiencia ni formación alguna, aparte de metros cuadrados de carteles pegados, cintura con la «bisagra» bien engrasada para reverenciar al amado líder, aplauso presto y sonrisa fácil a sus chistes para que su dedo generoso tenga a bien ir colocándolo en alguna lista en la que seguir haciendo «méritos» para sucesivas mejoras y colocaciones. Ya sé que puede ser un poco exagerado lo que digo -pero sólo un poco- y que se me dirá que hay buenos políticos que provienen de esas fábricas -en la izquierda y nacionalismo actuales agradecería el nombre de uno, al menos-, pero en cualquier caso no son muchos .

Para no repetirme, invito al que no sepa lo que pienso respecto a la Educación con mayúscula y a su triste evolución retrógrada en estos cuarenta años a que relea lo que me publicaba al respecto un querido Blog cordobés, en el que empecé a descargar mis análisis y reflexiones, parafraseando aquella frase que le dio la victoria a Bill Clinton frente a George Bush padre: “¡Es la Economía, Imbécil!”, dijo entonces el que luego, con su comportamiento, no acreditó, precisamente, una muy pulida educación. En esa línea, titulé mi artículo como: “Es la Excelencia, Estúpidos”, algo que cada vez gusta menos: http://desdeelcaballodelastendillas.blogspot.com.es/2014/07/educacion-es-la-excelencia-estupidos.html.

Prueba evidente de lo que afirmo es el esperpento que, a diario -ayer en la comparecencia del Dr. Plagio la penúltima, porque hoy habrá habido más-, nos dejan los diferentes debates entre líderes políticos en sus intervenciones, debates y comentarios, prueba, salvo contadas excepciones, de la mediocridad que este lamentable sistema educativo degenerativo que decía nos está dejando en nuestra sociedad, fuente de alimentación, como es lógico, de lo que aparece elección tras elección en los diferentes arcos o rectángulos parlamentarios nacionales -Congreso y Senado-, autonómicos y municipales.

Me despido con la pequeña esperanza de que se oyen algunos cantos a la recuperación de esa Formación Profesional perdida, proponiendo en este caso un poco de «MEMORIA HISTÓRICA» de la buena, no de la que sólo tiene por objeto desvirtuar la realidad y «ganar» la Guerra Civil 79 años después con un resultado distinto al que a los socialistas y al nieto del polivalente capitán Rodríguez Lozano y a su clon -también descendiente de militar franquista- y actuales socios, le hubiera gustado. La realidad es la que es y el conocimiento y análisis de sus circunstancias debe servir para no repetir los errores que dieron lugar a algunos acontecimientos lamentables. Eso diferencia al mundo inteligente del sectario y resentido y eso es progreso, no lo que estos «progresistas» de pacotilla nos quieren imponer.

Antonio de la Torre, licenciado en Geología, técnico y directivo de empresa. Analista de opinión

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