Toda la fragilidad de la paz más efímera, la que vivió el mundo de 1918 a 1939, se concentra en un sencillo vagón de tren, escenario del armisticio que puso fin a la I Guerra Mundial hace ahora cien años.
Con cuerpo de madera y chasis de acero, el vagón-restaurante 2419D acogió en un bosque en Compiègne, a unos 70 kilómetros al norte de París, a un grupo de militares y diplomáticos de largos bigotes. Genuinos especímenes de aquello que Stefan Zweig denominó «el mundo de ayer».