Los consensos de los que habla el presidente Sánchez, en referencia a los cercanos 40 años de la Constitución del 78, hace tiempo que deberían existir entre los partidos entre aquellos que, se supone, defienden la unidad de España.
Esta unidad debería haber sido suficiente para no depender del nacionalismo excluyente, vasco y catalán (de momento), para poder gobernar.
Tanto Partido Popular como Partido Socialista han tenido que depender de este nacionalismo para gobernar. Y así le ha ido al resto de España. Hoy España sufre las veleidades nacionalistas, sufre el constante desprecio de aquellos que no quieren formar parte de este país; de aquellos que se aprovechan del poder de poner o quitar gobiernos para horadarlo y exprimirlo.
Miles de millones de euros han puesto los españoles para pagar a los nacionalismos sus apoyos.
Los consensos de los que habla Sánchez no deberían servir para ello, sino para todo lo contrario, para suprimir el que unos pocos, los nacionalistas, puedan influir de forma decisiva en la formación de gobiernos.
Una simple modificación de la Ley electoral bastaría para eliminar su influencia, pero nadie hace nada, ni quiere, para conseguirlo. Culpables, por lo tanto, todos.