El Partido Socialista Obrero Español entendió que, tras la desaparición del Franquismo, se abría una nueva etapa en la vida española y que, por lo tanto, había que cerrar heridas entre los partidarios de unos y otros.
Cuando, por primera vez, alcanzó el poder en 1982 y con mayoría absoluta, dio carpetazo a cualquier tipo de reivindicación guerra civilista y franquista. Miró hacia adelante y olvidó. Espíritu de la transición, llamaron.
Hoy, un partido socialista muy diferente al de entonces, permite que su secretario general no tenga una idea clara de España, permite que pacte con nacionalistas, con independentistas, con antisistema, con todos aquellos que no quieren que haya un país fuerte, cohesionado, que saben que la división provoca debilidades y, que, éstas pueden, deben, ser aprovechadas.
Y tanto que están siendo aprovechadas. Este país está al borde de una grave crisis institucional y al borde del enfrentamiento entre unos y otros. Y ello será obra de irresponsables, que creyeron que con llegar al poder y conceder todo lo que se pedía era suficiente. ¿Hay que permitirlo?