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Si la izquierda política y mediática braman, el Partido Popular acierta

Realmente, no pensaba esta semana dedicar mi análisis del resultado de las primarias del Partido Popular del pasado fin de semana, sabedor de que ya habría información, comentarios, bulos y desenterramiento de hachas y cuchillos sobrados, desde el mismo momento siguiente a conocerse el resultado, pero visto lo visto, no me resisto a entrar en el tema, después de haber escuchado los diferentes discursos de esos dos días y en particular los de los dos candidatos y el final del vencedor y parte de lo mucho publicado y comentado en prensa y tertulias.

Los que me conocen personalmente o a través de mis ya bastantes artículos de los últimos siete años, muchos sobre el manido tema del descontento con sus políticas, saben que soy uno de esos millones de españoles, votantes del Partido Popular -por convicción o como mal menor en las dos últimas elecciones generales-, que clamaban por una recuperación de los principios y valores que formaban el soporte ideológico y moral del único partido serio y con posibilidades -ninguno de los que conozco, bastantes, reúne las dos condiciones- de la derecha española sin apellidos -centro o ultra, que ninguno me gusta, aunque suene mejor el primero- que dan lugar a confusiones y abusos.

En mi artículo de la semana pasada (El disputado e incierto voto del auténtico centroderecha) resumía, sin ánimo de ser exhaustivo, lo que para mí significaba la derecha en cuanto a Justicia para todos; Educación pública como derecho pero con exigencia y rigor; Sanidad, también pública, y Seguridad, cuatro grandes áreas que deberían volver a estar centralizadas en el Estado, única forma de que se puedan administrar desde el plano de la Igualdad con mayúsculas que recoge nuestra Constitución y no desde ese igualitarismo interesado y clientelar que la izquierda y los nacionalismos imponen en sus totalitarismos regionalistas característicos.  Y me refería también a la idea de Familia y Vida; al control de la inmigración, que guste o no tiene que ser discriminatoria en cuanto a ajustarse a las necesidades del país receptor, más allá de la participación humanitaria en lo que sea necesario -tal como se hace ahora desde la izquierda «progresista» supone justo lo contrario, una discriminación del español frente al inmigrante-; a la disminución de la carga fiscal al ciudadano y de la maquinaria y estructura del Estado y autonomías, desde una Economía liberal de apoyo al inversor y al empleo privado o autónomo, frente a la masificación funcionarial. Y todo ello bajo el paraguas de la UNIDAD territorial y lingüística desde el reconocimiento a otras lenguas o dialectos, pero hasta ahí y sobre todo desde el derecho de los padres a elegir en materia educativa la lengua vehicular para sus hijos. Todo lo anterior lo vi reflejado en líneas generales en el decálogo con el que Pablo Casado resumió su programa en su discurso final, tras ser elegido nuevo Presidente, aunque veo que sigue dando miedo decir con fuerza y sin complejos ni ambages que eso es ser de derechas y sería un gran error, en mi opinión, que la mal entendida «corrección política», para quedar bien con los que nunca apoyarán este proyecto, impusiera eufemismos edulcorantes para no llamar a las cosas por su nombre que es lo que muchos millones de españoles, los que votamos PP, queremos.

Un decálogo el de Casado que se resume en Fortalecimiento institucional, que yo entiendo fundamental para que el Estado y la Justicia independiente recobren la fuerza que muchos le han querido quitar.  Renovación política, que ha expresado desde su voluntad de contar con los mejores y aprovechar el talento y la experiencia de colectivos marginados o infrautilizados. Menos impuestos -casi 19.000 millones de ahorro conlleva su reforma fiscal-, más competitividad, lo que sólo se puede obtener como dice el Economista de cabecera del nuevo líder, Daniel Lacalle (de cuya amistad me precio), desde «un PP liberal-conservador sin complejos y con orgullo». La modernización de la Administración, para lo que resulta imprescindible dimensionarla proporcionalmente, sin la duplicidad y triplicidad que supone el ineficaz e insostenible sistema de las autonomías. Libertad en la educación, que en mi opinión debe vertebrarse desde un tronco programático docente único, sin perjuicio de que se recoja en él la diversidad característica de las diferentes regiones, incluida la lingüística, geográfica, etc. La sostenibilidad del Estado del bienestar, que debe hacerse desde la concienciación de que el dinero público es limitado y se alimenta del dinero de todos los españoles. Compromiso con las políticas de familia, empezando por la defensa de la vida y el incentivo de la natalidad, hundida en España a límites de récord mundial alimentando así la «conquista» por parte de la creciente inmigración descontrolada. El Cambio climático, espero que tomándolo en su verdadera dimensión de cuidado del Medio sin caer en la demagogia progresista de acabar con la energía nuclear y apostar sólo por renovables, insostenibles en muchos casos, cuando no negocio de los próximos, y recuperación del Plan Hidrológico que ZParo eliminó. Posición internacional, mermada después de la lastimosa actuación de la justicia alemana en el caso de los políticos catalanes golpistas fugados y, por último, la Revolución industrial, a ver si recuperamos aquel mítico octavo puesto que alcanzamos a principios de los setenta.

Estos diez puntos de Casado definen sin duda un buen propósito de actuación y suponen una línea de esperanza después de este camino sin rumbo definido, en lo político -educación, aborto, familia, nacionalismo, autonomías, gasto público, etc.-, de casi siete años, en los que, por supuesto, se hicieron muchas cosas en el ámbito económico y algunas en lo internacional y se mejoró el desastre heredado del peor presidente de la época postfranquista -al que el actual está superando en pocas semanas- que dejó España en la más absoluta ruina moral y en cifras millonarias el desempleo. Pero los desencantados votantes del PP no estábamos satisfechos y este cambio anima.

Nos dice Pablo Casado en us primeros mensajes que «España necesita al Partido Popular más que nunca. Tenemos la obligación de ponernos a trabajar desde ya para volver a ilusionar a los españoles» y yo le animo a hacerlo. También que «Hemos salido fortalecidos del Congreso Nacional, con un proyecto sin complejos, con valores e ideas que haga avanzar a la sociedad española». Anuncia además que celebrará su primer Comité Ejecutivo Nacional en Barcelona, «queremos trasladar el mensaje de que el Partido Popular dará la batalla a favor del constitucionalismo y las libertades públicas en Cataluña», espero que con la claridad y firmeza necesarias -parece que no descarta promover desde el Senado, el PP tiene mayoría absoluta, la aplicación del 155 en caso de que el proceso separatista siga adelante. Dice que cree en «la política de ideas, no en la de etiquetas» y que sus principios «son transversales, y representan a la mejor España que sacó la bandera a su balcón», lo que a buen seguro le dará rédito en forma de votos,. Por último, comparto también su intención de «hacer una oposición muy firme frente a un PSOE que está deshaciendo todo lo hecho anteriormente y que ha propuesto una agenda de ruptura al más puro estilo de Zapatero» y espero que, llegado el caso de su victoria electoral, se deroguen las leyes que no tocó su predecesor en el partido, aprobadas por el citado infame.

Pero como no todo va a ser alegría y celebración por el buen cambio que apunta esperanza, esa prensa que se llama «independiente y liberal» no ha tardado ni cuarenta y ocho horas en volver a sacar a la palestra el controvertido máster que tantas páginas y horas de tertulia ocupo frente al tema «menor» del escándalo de los ERE andaluces, por ejemplo. Así como a cuestionarse -por parte de algún próximo- el rendimiento académico del nuevo Presidente en sus estudios de Derecho, al parecer terminados en tiempo récord. No voy a ser yo el que justifique cualquier irregularidad curricular posible, pero empiezo a ver que vuelve a ponerse de manifiesto lo típico de la derecha, tirar piedras contra nuestro propio tejado mientras el mal sigue avanzando y ahora que se enciende una pequeña luz y alguien dice y parece sentir lo que echábamos en falta en los anteriores, empezamos a machacarlo con cosas que pueden tener su punto de  certeza, pero que no son ni de lejos lo que a estas alturas deberíamos tener más en cuenta en la situación de casi ruptura territorial en que se encuentra España y sin completar la recuperación económica en la que avanzábamos.

En una España en la que se impuso la mediocridad, en la que preside el gobierno Pedro Sánchez, con un “doctorado” de tesis desconocida y un “máster” que borró de su CV al llegar a la Moncloa; en la que los líderes de dos de los partidos de oposición son, el «socio» Pablo Iglesias, financiado por Irán y Venezuela, que no pasó de profesor interino sustituto y el a veces socio, a veces crítico, Alberto Rivera, que dice tener un “máster” que me gustaría comprobar en qué, visto el nivel que demuestra el personaje, aparte del aporte «profesional» de unos meses en la antigua Caixa, nos dedicamos a segarle los pies al nuestro, alguien que por fin dice lo que queremos escuchar y pensamos la mayoría de los descontentos con Rajoy/Soraya y que empieza por reconocer sus limitaciones y decir que se rodeará de gente mejor que él y recuperar el mérito y el talento, para volver a hacerle el juego a la izquierda, política y mediática, que es casi toda.

En esa línea destructiva próxima, después de que la demócrata» Celia Villalobos tildara al triunfo de  Casado como «una vuelta del PP a la derecha», ha saltado a los medios un rifirrafe entre el periodista Pepe Oneto y el sorayista Javier Arenas por una supuesta frase que el primero atribuye al todavía secretario del Grupo Popular en el Senado: «Tendrán que contar con nosotros que somos un 42%. Yo seré secretario del Grupo en el Senado. Además, esto puede durar lo mismo que Hernández Mancha…» En definitiva, que espero y deseo que si no sucumbe ante los próximos, Pablo Casado tenga mucho futuro. Pero le aconsejo tener paciencia, mano izquierda con los perdedores, muchos sin oficio al que volver, a los que parece haber dejado claro en su reunión con Soraya Sáenz de Santamaría que una cosa es integrar y otra repartir proporcionalmente cargos, lo que por su bien espero que no haga -«Es mejor ponerse una vez colorado que ciento amarillo», dice nuestro sabio refranero- y termino con otro refrán  que debería tener muy presente: «De los amigos, me guarde Dios, que de los enemigos me guardo yo».

Antonio de la Torre, licenciado en Geología, técnico y directivo de empresa. Analista de opinión

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