Inquietantes palabras las dichas ayer por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, “Cataluña tiene un Estatuto que no votó”, en referencia al estatuto de autonomía que, en su día, el Tribunal Constitucional rechazó al considerar que una parte de su articulado era contrario al espíritu de la Constitución de 1978.
Palabras que, por cierto, si se las aplicara, podrían ser las siguientes, “España tiene un presidente que no votó”. La cara de póker del presidente tiene que ser un poema.
Dejando de lado, no obstante, este hecho, Pedro Sánchez, no debe seguir “dando alas” a quienes intentan romper la unidad de este país y no quiera ver el delito de desobediencia del presidente del parlamento de Cataluña al someter a votación una resolución independentista que «reitera los objetivos políticos de la resolución del 9 de noviembre sobre el inicio del proceso político en Cataluña» y que fue anulada en su día por el Tribunal Constitucional, y en la que también se reivindica un referéndum ilegal como el del 1 de octubre.
Y es que con quien mantiene una rebelión contra un Estado lo que menos puede planteársele es el diálogo y sí su puesta a disposición de la justicia junto con la suspensión de la autonomía sediciosa.
La política de apaciguamiento de Pedro Sánchez, eso sí, solo busca ganar tiempo y mantenerse en el poder cueste lo que cueste.