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Va a ser que no

Una de las primeras tareas que debe acometer cualquier profesional antes de realizar su actividad laboral es la de empaparse de los códigos de conducta y/o éticos establecidos en la organización que le acoge. El trabajador debe leer, entender y firmar estas normas o estándares de actuación recogidos en el código deontológico y sumergirse cuanto antes en la cultura de principios, valores y deberes de la institución, que permita garantizar una relación armoniosa entre trabajadores y la consecución ética de los objetivos del negocio. Por supuesto, estos códigos de buenas prácticas deben aplicarse también a la investigación científica.

La “buenas prácticas de publicación” es uno de los apartados más importantes dentro del código deontológico de la investigación y está diseñado para proteger el beneficio público de intercambio y divulgación de información científica original (y no plagios), de una manera transparente, abierta, imparcial, íntegra y rigurosa. El investigador debe ser extremadamente cuidadoso con el contenido de la publicación ya que puede afectar positiva o negativamente a la organización que representa. Por otro lado, todos los autores de la publicación son igualmente responsables, y al mismo nivel, del contenido publicado. Es decir, no se puede diferenciar entre autores de primer nivel o autores de segundo nivel desde el punto de vista de responsabilidad científica.

El no seguimiento del código deontológico generaría sanciones graves al empleado e incluso el despido fulminante. Pero, ¿realmente este código se usa y/o sirve para algo en los centros de investigación públicos españoles? ¿El incumplimiento acarrea algún tipo de penalización? Veamos dos ejemplos claros sucedidos recientemente en la ciencia española.

El primer ejemplo afecta al ex-Rector de la Universidad Rey Juan Carlos, Fernando Suárez. Pese a los 15 plagios a una veintena de autores contrastados por diferentes periódicos, Suárez nunca dimitió o fue cesado  ni tampoco se tiene noticia de la apertura de una investigación oficial sobre el asunto (Universidad Rey Juan Carlos, la universidad con un ex-rector que fue acusado de plagio, ABC, 22 Marzo 2018). De hecho, allí sigue como Catedrático en el Departamento de Ciencias de la Educación, Lenguaje, Cultura y Artes, Ciencias Histórico-Jurídicas y Humanísticas y Lenguas Modernas. Parece que en esta Universidad los códigos éticos están por llegar y no existe ningún un plan de choque para aquellos o aquellas que sin ética ni prejuicios, hacen y deshacen como les da la gana. La vara de medir es diferente según el gremio al que perteneces: a un juez o un médico se les inhabilita mientras que a un Rector y Catedrático se le perdona.

El segundo ejemplo afecta a la bióloga Susana González fue expulsada del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) por las irregularidades en sus investigaciones. La actuación de esta Institución Pública de Investigación estuvo a la altura de los acontecimientos a pesar de que esta decisión acarreara la pérdida de una ayuda de 1,86 millones de euros concedida por el Consejo Europeo de Investigación. Sin embargo, La Nación publicó un artículo (Investigaba sobre el cáncer y la echaron por «irregularidades» en sus trabajos científicos) el 20 de septiembre de 2017 donde aseguraba que Susana González se incorporó a la Vicepresidencia de Investigación Científica y Técnica dependiente de la presidencia del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), otra Institución Pública de Investigación. Del CNIC al CSIC y tiro porque me toca. ¡Menudo premio!

Por otro lado, las publicaciones amañadas de Susana González fueron retiradas del catálogo de prestigiosas revistas científicas. ¿Cuál fue la reacción de los restantes autores que la acompañaban en estos artículos retractados? En todos los casos lamentaron profundamente estos errores y se disculparon ante la comunidad científica, continuando con su actividad de investigación. Cabe destacar las declaraciones (recogidas en el artículo anterior) del co-autor Manuel Serrano que aseguró que su trabajo fue marginal o de la co-autora Eva Hernando subrayando que su aporte al proyecto fue meramente conceptual. En ambos casos pretenden reducir o anular su responsabilidad en los artículos tramposos. Esto puede tener dos lecturas, por una parte la falta de ética científica al no asumir las responsabilidades que les corresponden o  por otra parte, que sus autorías fueron inmerecidas. Debe conocer el lector que una publicación en una revista de prestigio es para los científicos lo que una piruleta para un chiquillo, algo irrenunciable. Aun así, hay voces discordantes como la del Premio Nóbel  de Medicina 2013 Randy Schekman que llamó al boicot a la revistas como Nature, Science o Cell que trastorna al investigador y como alternativa propuso la publicación en revistas de difusión gratuita (Nunca más publicaré en Nature o Science, El Mundo, 10 Diciembre 2013). Después de vivir de este mundillo,  me parece que “va a ser que no”.

Antonio Moreno Herrera, investigador Científico

 

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