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«Los últimos. Voces de la Laponia española»

«Los últimos. Voces de la Laponia española»
  • Por José Andrés, profesor y doctor en geografía

Título: Los últimos. Voces de la Laponia española

Autor: Paco Cerdá

Editorial: Pepitas de calabaza

ISBN: 978-84-15862-76-5

El verano, suele ser época en la que una parte importante del común de los mortales suele querer viajar, suele querer estar de vacaciones. Sin embargo, los grandes viajeros de la historia nunca concebían sus viajes como unas vacaciones, sino como un tiempo donde conocer lugares, conocer personas era lo importante.

Paco Cerdá en este libro podría clasificarse como un viajero. Una persona que busca el conocimiento en remotos lugares, aunque estos, en este libro, estén a unos pocos centenares de kilómetros del lugar donde uno vive.

La llamada Laponia del Sur de Europa, aquella que no llega a ocho habitantes por kilómetro cuadrado, incluso menos, la tenemos aquí al lado, muy cerca, entre las provincias de Guadalajara, Teruel, La Rioja, Burgos, Valencia, Cuenca, Zaragoza, Soria, Segovia y Castellón. 1355 pueblos a lo largo de 2500 kilómetros de viaje, en lo que se hace llamar, también, la serranía celtibérica.

A lo largo de un invierno, por una Nada demográfica se da voz a los últimos pobladores de un mundo en extinción. Paco Cerdà ha escrito la crónica de los otros, los que se quedaron descolgados de un país urbanizado a gran velocidad que ha olvidado su origen rural.

[…] El silencio nos recibe. La desolación nos rodea. La belleza de la despoblación se despliega con toda su fuerza. Parece una contradicción, una paradoja. Pero es una innegable sensación de placer estético y sentimental que, a un tiempo, inocula el sentido de culpa en quien la experimenta. Nadie debería gozar de la catástrofe etnológica, de la muerte de un pueblo y de su reducción a evocadoras ruinas. No debería uno permitirse el lujo inhumano de sentir regocijo visual de un silencio que es enmudecimiento forzoso, de una paz que es el resultado de una guerra perdida, de una melancolía ajena que no fue más que bilis negra sin ápice de encanto ni atractivo sensorial en quien la padeció en sus entrañas. Nunca la fascinación romántica por el tempus fugit de un pueblo, jamás la decadencia con rastro de muerte civilizatoria debería —por muchas teorías sobre lo bello y lo sublime— conmover nuestro espíritu con fruición y deleite. Uno no debería. Y sin embargo resulta imposible detraerse a la contemplación de esta cruda belleza. […].

Crítica literaria anterior “Naciones de Papel”

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