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Las cinco preguntas del desperdicio alimentario

Lucía Ruiz Simón

Madrid, 15 jul (EFE).- Todos los eslabones de la cadena alimentaria desechan alimentos -entendido como todo aquel producto pensado para ser consumido y que finalmente se tira- durante todas la fases productivas, en todos los hogares y por diferentes razones, principalmente por falta de planificación y de gestión.

Así se responde a las cinco preguntas del periodismo clásico, las cinco «W» -who (quién), what (qué), when (cuándo), where (dónde) y why (por qué)- sobre un fenómeno que ya está en la agenda política nacional y europea y del que hay cifras actualizadas, de nuevo impactantes: cada español tira 26 kilos de comida y bebida al año.

Son cifras del informe del consumo de alimentación en España en 2017 que se ha conocido este mes en el que también se han difundido las conclusiones de la ponencia de estudio del Senado sobre este asunto, tras 8 reuniones, 14 comparecencias y 3 viajes de estudio.

El sujeto de la acción, el quién, es el conjunto de los actores que forman parte de la cadena, si bien es el consumidor final el más responsable pues le corresponde el 43 % del desperdicio.

El informe oficial del ministerio incluye algunas conclusiones importantes sobre cómo es el consumidor que desperdicia, y se trata de familias en las que el responsable de compra tiene menos de 35 años, con rentas altas y parejas con hijos de edad media.

Pero también se desperdicia en el campo, en la industria, en la distribución y en la restauración, tanto en hostelería como en restauración colectiva.

El qué se desperdicia, varía, por tanto, en función del sujeto; así, el productor desecha fundamentalmente excedentes que se producen «para que en caso de sufrir alguna amenaza, el producto superviviente sea suficiente para cubrir las necesidades y exigencias del mercado», apuntan las conclusiones de la ponencia del Senado sobre el tema.

En hostelería se desechan alimentos en la cocina como la sobra de los platos; alimentos antes de procesarse, en la industria; y en la nevera, antes y después de cocinarse.

En casa, el cubo de la basura se «alimenta» fundamentalmente de frutas, verduras y lácteos; una vez elaborados, lo que más se tira son platos con base de legumbres, sopas y platos con base de carne.

Cada eslabón de la cadena tiene también su momento y su lugar diferente para ejecutar este despilfarro; así, si los productores lo hacen al final de la cosecha, los consumidores tanto antes como después de cocinarlos al detectar su mal estado o aspecto y en la restauración antes y después de servirlos.

El porqué se desperdicia es una pregunta de difícil respuesta; los expertos que han intervenido en el Senado han coincidido en la falta de concienciación o de conocimiento de una realidad que es, además de un despilfarro de recursos económicos, un daño para el medio ambiente y una contradicción social.

Y es que, hay una afirmación que por muchas veces que se repita sigue siendo impactante, «la cantidad de alimento que se desperdicia, actualmente, cubriría las necesidades de todas las personas que pasan hambre».

En esta línea, la donación de alimentos se plantea como una solución para luchar contra el desperdicio, con los bancos de alimentos como protagonistas, tanto por su labor de distribución como de concienciación.

El presidente de la Federación del Banco de Alimentos (Fesbal), Ángel Franco, resalta el esfuerzo logístico para distribuir alimentos a organizaciones y comedores sociales, tanto en donaciones controladas como derivadas de urgencias, como los excedentes de producción y de las distribuidoras.

Aquí entra en juego la acción legislativa, con normas a «rebufo» de la «ley del buen samaritano» de Estados Unidos diseñada para eximir de responsabilidad a quienes se ocupen de la elaboración y distribución de los alimentos donados, o la italiana, que establece un seguro para garantizar la adecuada conservación de los alimentos.

En el caso de España, en la ponencia se recomienda también establecer el IVA reducido a los productos feos o exención de la tributación sobre productos donados.

No obstante, entre las conclusiones de los expertos se deja claro que la clave es otra: «Ser suficientemente eficaces para que la producción se adapte al consumo».

Mientras tanto, se puede seguir trabajando en cuestiones como las mejoras en el empaquetado para adaptarla al consumidor, enseñar a gestionar las compras, apoyar los canales cortos de comercialización, el «táper» en el restaurante, alargar la vida útil de los productos o mejorar los sistemas de almacenaje y control.

Como en los grandes desafíos, el esfuerzo colectivo es la única solución para hacer lo que es un mandamiento en casas de las abuelas además de pura lógica: la comida no se tira. EFE

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