Los padres de Daniel Jimeno colocan un ramo de flores blancas y rojas en el vallado del encierro. NAVARRAINFORMACIÓN.ES/ANE FROMMKNECHT
En el mundo del toro todo está marcado por la verdad, la vida y la muerte. La rutina, el acostumbrarnos a que en cada encierro no pase nada, o haya un número determinado de anónimos “corneados”, nos hace olvidar frecuentemente que en la cárcel del encierro es tal vez el último lugar del mundo donde cientos de personas deciden arriesgarlo todo, arriesgar la vida, a la vez y por propia voluntad. Solo gracias a esa decisión irracional y generosa podemos seguir asistiendo, cada mañana del siete al catorce de julio, a ese milagro que se llama encierro.
Los enamorados de este mundo saben que la verdad se esconde en cada metro cuadrado del encierro, sobre todo los buenos aficionados, y Daniel Jimeno era uno de ellos. Corredor experimentado, preparado y entendido, se trasladó desde su Alcalá de Henares a Pamplona a correr el Encierro de los encierros, en el templo de los mismos, final de la estafeta y entrada al callejón. Y allí fue donde el infortunio y la tragedia le salieron al encuentro hace nueve años, cuando un toro de Jandilla, de nombre “Capuchina, le asestó una cornada mortal cuando intentaba resguardarse en el vallado.
Hoy sus padres han vuelto a Pamplona a recordar a ese taurino valiente que fue Daniel. Han colocado un ramo de flores, como todos los años, en el lugar de la cogida. Aunque la mayoría de los corredores lo desconozca, el nombre de Daniel Jimeno Romero estará ya unido para siempre a Pamplona , a su encierro y al mundo del toro. Y estoy seguro de que Daniel, desde el cielo, acompañado entre otros por Etxebe, por Victor Barrio, de quien ayer hizo dos años de su fallecimiento, y de Iván Fandiño, fallecido hace ahora un año, habrá estado atento a las ocho en punto a ese rito mágico que tanto le apasionaba. Va por todos ustedes y por las otras catorce personas que pagaron con su vida el tributo del encierro.
Juan Frommknecht Lizarraga, exconcejal de Pamplona
