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El club de la comedia se traslada a Moncloa y las primarias a Génova

Desde que en Julio de 2016 comenzó esta débil última legislatura, la duodécima –doceava, hubiera dicho Javier Solana, aquel ministro de Educación de la época felipista–, tras la corta de Diciembre de 2015, que arrojó un “hemicirco” ingobernable, el Congreso de los diputados –hoy, más que nunca, “disputados”– parece la versión política del Club de la Comedia, un programa que, salvo excepciones –vi muy pocos, pero me atrevo a opinar así–, es escenario de actores mediocres y vulgares, en busca de su momento de gloria, que amparados en su interpretación particular del derecho a la libertad de expresión sueltan sus “ocurrencias”, muchas veces improperios soeces. Baste recordar la aparición de alguno de ERC con la impresora, u otro de Podemos con camisetas pintadas con lemas cuando menos improcedentes en un escenario que debería representar la soberanía nacional.

Sin ánimo de ser exhaustivo, no está de más recordar que esta situación se produjo tras los intentos desesperados de un personaje también mediocre, dispuesto a casi todo –“como sea”, hubiera dicho su predecesor y modelo ZParo— para conseguir su objetivo de llegar a la Moncloa. Desde pactar primero con el que se lo comía por la izquierda –que algunos veteranos socialistas cortaron cuando vieron las pretensiones del “regenerador” de la calle del 15 M–, hasta firmar después un pacto de gobierno con el que le arañaba votos por la parte más moderada de la izquierda –el que no pactaría “nunca con el PP ni con el PSOE” pero acabó pactando con los dos– que afortunadamente tampoco prosperó gracias, entre otras cosas, al voto en contra de los primeros, dando lugar a repetir comicios que aunque mejoraron un poco el espectro político seguían evidenciando la debilidad manifiesta del ganador, de nuevo, de las elecciones, y que derivó en la expulsión por sus propios compañeros de la Secretaría General de ese aprendiz de brujo que había batido por dos veces el suelo electoral del Partido Siempre Opuesto a España, ya hundido por el que sabía “todo de todos”, obligándole a dejar su escaño, para dar lugar dos años después a la sublimación del esperpento con la llegada a la presidencia del gobierno del primer candidato no elegido por los españoles, pero así de “grande” es nuestra democracia. Recuerdo que escribí entonces que lo mejor para España hubiera sido prolongar otros seis meses el Gobierno en funciones del Partido Popular y haber ido a unas terceras elecciones en diciembre siguiente que, en mi opinión, hubieran mejorado notablemente la cifra de escaños, permitiéndo una mejor gobernabilidad que, posiblemente, hubiera evitado la situación actual. Nunca lo sabremos ya, como tampoco si don Mariano Rajoy se habrá arrepentido de no haberlo hecho, así como de no haber entrado como “elefante en cacharrería” cuando ganó en Noviembre de 2011 por mayoría absoluta para limpiar la segunda herencia socialista ruinosa –no sólo económica de nuevo– de nuestra reciente democracia.

Y como decía en el título, el Club de la Comedia del “hemicirco”, se trasladó el lunes al Palacio de la Moncloa, esta vez para mostrar en un frío escenario a un inane entrevistado por dos “estatuas” de la comunicación que nos retrotrajeron al blanco y negro, en un siniestro triángulo que, a la manera de lo que se dice del mítico de las Bermudas, diluyó cualquier esperanza de futuro halagüeño para España. Lejos de ello, la entrevista confirmó una nueva mentira del ya inquilino de la Moncloa, que justificó la moción de censura para “convocar lo antes posible unas nuevas elecciones generales que devolvieran la normalidad a nuestro país” y que ahora “rectifica” para decir que su intención es “completar la legislatura, normalizar el país –es decir volverlo a la corrupción y al gasto (esto lo digo yo), norma general de su partido cuando ha gobernado–y convocar elecciones en 2020”, en lo que encuentra el aplauso de sus socios de linchamiento de Rajoy, Podemos –comunista amigo de dictadores– y sus franquicias; PNV y PdeCat –separatistas y xenófobos supremacistas—; BILDU y ERC –filoetarras y radicales de extrema izquierda que odian España–  y demás grupitos que no destacan precisamente por querer la Unidad de España, sino que van por los mismos derroteros separatistas parlamentarios. Eso sí, con la abstención del que nunca se moja y se orienta siempre según el viento que sople. Bueno, y con el “incondicional” apoyo de la auténtica “presidente” del gobierno, a la que le parece poco lo encontrado en la “chabola” y, cómo no, con dinero público, quiere remodelar la zona familiar de Moncloa para que sea digna de su persona.

Mientras, ese gobierno show muestra su patita y una de sus miembros”, a la sazón ministra de Administraciones Territoriales, precisamente –nada casual, el zorro (en femenino sería objeto de comentarios femi-progres) guardando las gallinas– manifiesta abiertamente su vocación separatista y habla sin tapujos de reformar la Constitución, lo que me recuerda algo que dijo Ramiro de Maeztu –que no es sólo un Instituto madrileño, aclaro a víctimas de la LOGSE–: “Quizás la obra educativa que más urge en el mundo sea la de convencer a los pueblos de que sus mayores enemigos son los hombres que les prometen imposibles”, y esto vale para populistas y separatistas en general. Gracias a Dios, este gobierno del contubernio no puede hacer nada al respecto por ahora, aunque llega a decir que la Constitución “no representa los intereses de la inmensa mayoría”… de los nacionalistas, faltó añadir, pero no iba a hacerlo, claro. Y para que no falte nada en el show del postureo, el nuevo “presidente por asalto” aparece con su “trote cochinero” –como un conocido periodista ha calificado su “carrera” (no la académica, que parece tener sus lagunas curriculares) por los alrededores de su nuevo domicilio– además de sentado en la escalinata, perro incluido, en una bucólica imagen que sustituye a la de las ministras “zapaterinas” de cuota en el Vogue en 2004. Pero como recoge un dicho popular, “No pidas que haya carne en el osario ni razones fundadas en el sectario”.

Y empieza la carrera para liderar al Partido Popular tras su abrupta expulsión de la Presidencia del Gobierno, a la que se han presentado nada menos que siete candidatos, cuatro muy conocidos, uno muy poco y dos prácticamente desconocidos más allá de sus zonas de influencia, Valencia y Fuente de la Higuera (Valencia). El primero, José Luis Bayo, sin crédito alguno para mí, ya que su única experiencia parece ser la de haber sido presidente de Nuevas Generaciones de la región valenciana, una organización juvenil que lo mejor que debería hacer el Partido Popular es liquidarla porque sólo sirve para “formar” aspirantes en el arte de la trepa, replicando la estructura del partido. Algo que, a mi juicio, también le resta a Pablo Casado, que viene del mismo origen, aunque su paso por los órganos ejecutivos del partido y su formación académica, ahora cuestionada, le avalan para una próxima ocasión. En mi opinión le falta una hornada, aunque superar con creces a sus tres mediocres oponentes a tenor del descenso de nivel que se observa en la política reflejo, como no podía ser de otra manera, del cada día más mediocre nivel de la sociedad española, más allá del económico. El otro aspirante sorpresa, Elio Cabanes, mejor que el anterior sin duda, pues ser Alcalde del pueblo antes citado ya supone un aval, aunque sea pequeño, además de los arrestos para acometer tamaña aventura desde ahí. Y como me gusta mojarme, y sin infravalorar a los otros tres candidatos más “senior”, yo, si fuera afiliado del PP, votaría a Mª Dolores de Cospedal, única que ha demostrado capacidad de gestión, además de haber salido airosa de las guerras internas del partido y ganado dos elecciones, una en 2011 por mayoría absoluta y otra en 2015, que un escaño y la pinza PSOE-Podemos le privó de rematar su buena gestión en una región empobrecida y atrasada después de veintitrés años de “dictadura” del intocable –y alguna cosa más–José Bono, herederos y delfines. Tal vez su error fue no dejar constancia con pelos y señales –levantar alfombras y abrir ventanas, que se diría en argot político– de la corrupción e irregularidades que heredaba de otro que también “sabe todo de todos”, aunque no quiere “enterarse” –más bien que nos enteremos–  del más que dudoso origen de su ingente patrimonio, que no explicó en su libro de “desmemorias”, aunque alguno se lo preguntamos cuando presentó el libro “Historia de un  despropósito” de su amigo Joaquín Leguina del que su autor dijo que “mi intervención se va a centrar sobre todo en la corrupción –¿indirecta al presentador?–y cómo se puede combatir”.

Además, con Cospedal, el PP establecería dos hitos inéditos hasta ahora en la política española, primera mujer Presidente de un partido político y primera mujer candidata a la Presidencia del Gobierno de España. Habría que ver qué dirían nuestras feministas ante semejante conquista. Y, sigo mojándome, creo que las primarias las ganarán las dos señoras y que Pablo Casado, José Manuel García Margallo y José Ramón García Hernández apoyarán a Cospedal en el posterior Congreso. Los otros dos candidatos son irrelevantes y Soraya Sáenz de Santamaría tendrá que esperar si se ajusta a algún posible puesto de salida en las próximas elecciones municipales y autonómicas o europeas o, tal vez, reingresar en el privilegiado cuerpo de Abogados del Estado, optando después a algún importante Consejo de Administración de alguna de las sociedades del IBEX.

Y no quiero terminar sin dedicar unas líneas al Presidente del PP saliente, al que yo he sido el primero en criticar por no hacer –o explicar por qué no– cuando llegó lo que tantos millones de españoles esperábamos y al que, al más puro estilo charnego –ya saben, ser más catalanista que los catalanes– los medios llamados “liberales” han ayudado a echar del Gobierno de España al contubernio de partidos. Dijeron los “sabios periolistos” que intentaría por todos los medios seguir como candidato del PP, aferrado al escaño de diputado para mantener su aforamiento. También que, como Aznar, — que montó un negocio de másteres carísimos– designaría sucesor o, como éste y otros antecesores, ficharía por alguna empresa del IBEX o daría charlas a miles de euros. Pero no hizo nada de eso. Por el contrario, dejó la Presidencia del partido sin querer interferir en la elección de su sucesor y el escaño. Renunció y al sueldo vitalicio de expresidente y pidió el reingreso como Registrador de la Propiedad de Santa Pola. Es lo que tiene ser “un profesional dedicado a la política”, en lugar de ser “un profesional de la política”, que tanto abundan, sin sitio donde caerse muertos cuando salen, y que se agarran al sillón como lapas. Algo que me recordó una frase que me enganchó hace años (2012) para implicarme en un “ilusionante” proyecto político que tenía como eslogan “Que no llegue a la política nadie que no haya hecho nada en la vida”, del que me desvinculé en sólo un mes cuando vi que era eso, un eslogan, no una línea de actuación. A Rajoy le echaron los del contubernio del 1 de Junio –Sánchez, Iglesias, Tardá, Rufián, Torra y los parientes y amigos de los etarras–, pero de la política se fue él y lo ha hecho como un señor. Pese a lo cual, ese “regenerador” partido que es Ciudadanos, no ha dudado en acusarle de haber propiciado la llegada de Sánchez por haberse negado a dimitir antes de votar la moción de censura, demostrando una vez más su gran ignorancia –comparable a la de esos “tertulíticos” liberales que citaba–, puesto que esa dimisión de Rajoy sólo hubiera significado un  retraso en la expulsión porque suponía el decaimiento de esa moción pero no la de la “instrumental” que ya tenía preparada el socio morado. Lo dicho, ignorantes, que es malo, o miserables, que sería aún peor. Creo que, pese a todo y a muchos, Mariano Rajoy será reconocido como el mejor Presidente de nuestra democracia.

Antonio de la Torre, licenciado en Geología, técnico y directivo de empresa. Analista de opinión

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