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Europa en la red

El N-VA, partido nacionalista que acogió a Puigdemont en Bruselas, no quiere  la secesión sino que el gobierno belga traspase paulatinamente competencias a los Gobiernos regionales y a Europa de manera que acabe siendo superfluo. Con esa actitud fue el partido más votado en 2014 y marginó al Vlaams Belang más radical, que sólo consiguió tres escaños. Esa estrategia ha sido un éxito y es razonable admitir que haya marcado la hoja de ruta para los estados de Europa. Europa se está construyendo precisamente así, con cesión de soberanía de los estados hacia arriba, Bruselas, y hacia abajo, las regiones. Claro está, por mero instinto de conservación, los estados oponen resistencia a su declive, unos más y otros menos, en función de sus intereses y sentimientos nacionales. Pero también las regiones oponen resistencia, algunas reclamando ser estado,  justo lo opuesto a lo que la nueva construcción exige: el declinar del estado nacional en favor de una instancia superior.

Repasando el mapa, algunas regiones destacan por su afirmación propia. Escocia, Irlanda del Norte, Islas Feroe, Groenlandia, Alto Adigio -o Tirol del Sur-, Córcega,  Transilvania, Cataluña y País Vasco ocuparían lugar destacado en aquella afirmación, continuadas por Baviera, Padania -Véneto, Lombardía, Aosta, Piemonte, Liguria-, Bretaña o Galicia. Por supuesto, la situación es cambiante y así Padania y otras regiones han pasado de una preferencia separatista a otra autonomista. En todo caso, no parece que ninguna región haya superado el 50 por ciento favorable a la secesión, como en la última encuesta del Centro de Opinión Catalán, que otorgaba al independentismo 40,8 por ciento, lo que certifica que el ansia secesionista de algunos ibéricos del noreste peninsular no es una cuestión exclusiva, ni tiene tinte alguno que lo pueda situar en el terreno de la épica que algunos tienen como ensoñación.

En la ruta hacia la construcción de Europa, es preciso conjugar el trinomio Bruselas – estados nacionales – pueblos o regiones. Conjugar quiere decir jugar con. Jugar con intereses y sentimientos, formando equipo en el sentido de una red de intereses y sentimientos europeos. En el tormentoso ambiente de la globalización, los clásicos estados nacionales lo tienen difícil si juegan sin red, actuando como simples francotiradores fuera de una realidad que tiende a una globalización, alimentada por vasos comunicantes repletos de información y ‘cocreación’. Europa es la red en la economía, la defensa, las relaciones exteriores, la tecnología, alguna mutualización de la deuda, de las pensiones y de múltiples espacios colaborativos en política social.

Los nacionalismos de las regiones prescinden de redes y a cambio envalentonan a sus gentes con sentimientos y con la ilusión de un espejismo. Gentes que siguen moviéndose en un mundo paralelo fuera de pista, y que ahí siguen pese a las dolorosas consecuencias que ya se están constatando en contradicción a lo augurado por algún que otro líder del ilusionismo independentista, que atónito y sin rubor alguno observa desde su cómodo sillón como van reubicando sus residencias las empresas, instituciones, riquezas y personas, que con sus maletas repletas de proyectos, enfilan sigilosamente en dirección a espacios seguros de la malla. Al mismo tiempo, se decolora el bienestar, el empleo y el futuro de quienes fueron lanzados al terreno de la fantasía en lugar de jugar en el campo de la capilaridad, incluyendo a la mayoría de personas –silenciosa o no- que en ese territorio no se han visto afectados por alucinaciones, y que han acabado convirtiéndose en lo que lo que anglosajones llamarían ‘casualties’.

La frase ‘Nosotros no coligamos Estados, nosotros unimos a las personas’ pronunciada en el prólogo de la construcción europea por Jean Monnet –considerado ‘Padre de Europa’ junto a Konrad Adenauer, Robert Schuman y Alcide De Gasperi- debería despertar la sensatez de aquellos que lanzan a su concurrencia al abismo, y forzarles a posicionar a la ciudadanía en el centro de la construcción de sus regiones, y por tanto de Europa, situándoles a todos ellos como células imprescindibles de la red, esa red de intereses y sentimientos que hace tan grande al Viejo Continente.

Guzmán M. Garmendia Pérez, portavoz de Desarrollo Económico del PSN-PSOE

 

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