En 2016 escribí un artículo que hoy sigue siendo relevante (aunque quizá demasiado largo), “Práctica y riesgo de mirarse el ombligo”. Muy poco ha cambiado.
A poco que escuchemos sin filtro encontraremos interpretaciones completamente incompatibles de la realidad, y fe ciega en hechos que nunca han sucedido. A veces van por barrios, pero en nuestro mundo las redes han sustituido a la proximidad física y la afinidad profesional.
“El coste de combatir un bulo es un orden de magnitud mayor que el de difundirlo inicialmente”. Hay quien se equivoca de buena fe, y hay quien miente por diversas razones. Lo curioso es que una vez creadas, esas visiones sesgadas se establecen y arraigan.
Una parte de ello es el “sesgo de confirmación”. Los humanos tenemos la costumbre de analizar los datos y darles más o menos valor si confirman o contradicen lo que ya creemos. Una forma de verlo es la ideologización del debate: si un punto de vista no coincide con el nuestro, no puede ser que parta de datos o hipótesis diferentes: sin duda lo que pasa es que quien lo emite es miembro de alguna corriente política rival y miente. Cuanto más radical es un punto de vista, más frecuente es ver ésta actitud. Entre el nacionalismo catalán hay gente capaz de negar que existan artículos que tienen delante de los ojos, o juzgar de forma totalmente opuesta dos hechos simétricos en función de quién los esté realizando.
Otra parte es que cada vez evitamos mejor ver puntos de vista divergentes. Las “cámaras de eco” son extremadamente reales. No sólo elegimos nuestras fuentes de información en función del sesgo que dan a la realidad, sino que las redes (y muy especialmente Facebook) eligen la información que nos dan en función de la aprobación que genera en nosotros. O dicho en román paladino, nos muestra lo que queremos ver y a lo que reaccionamos con interés. La conclusión es que dos personas pueden estar recibiendo visiones completamente incompatibles de la realidad y vivir a metros de distancia. Incluso con la mejor voluntad es difícil formarse una opinión crítica con esos mimbres.
Una tercera pieza es la aversión al debate. Hay mucha gente que ha convertido el contraste de puntos de vista en rivalidad deportiva: no defendemos una interpretación porque sea más sólida sino porque (ver más arriba) somos más afines a ella, ideológica y socialmente. Como si fueran equipos de fútbol, defendemos a Iglesias y sus plebiscitos inmobiliarios, o a Rajoy y sus condenados, no porque sean defendibles sino porque cualquiera que los ataca está contra nosotros. Esa actitud hace muy difícil que se pueda debatir la actualidad en torno a un café (de bar o de máquina) con calma y ecuanimidad, y por eso mismo se debate poco.
De nuevo, cuanto más radicales hay (más gente que se toma mal que le lleven la contraria), más se esconde el debate. Así tenemos pueblos del norte de Navarra donde en la calle parece que todo el mundo es nacionalista (y en las elecciones municipales sólo se presenta Bildu y PNV) pero que en las generales dan como segunda fuerza más votada el PP. Lo que venía pasando en Cataluña: media población no se atreve a decir lo que piensa porque piensa que sus vecinos se lo van a tomar mal, y no son amables al respecto.
Abrir los ojos y los oídos es un ejercicio de higiene mental. Hay medios de comunicación que son auténtica propaganda partidista, y alimentarse de uno es muy poco sano. Hay entornos ideologizados, y cuando estamos en uno, no hablar de política con nadie fuera de ellos es la mejor manera de no entender donde vives. Como le pasa al gobierno de Navarra cada vez que alguien convoca una manifestación contra ellos y “no entienden” porqué. Hay que sacar la cabeza del gueto mental en que muchos se han acostumbrado a vivir.
Es muy fácil, por experiencia, que si hacemos el esfuerzo de hablar con terceros acabemos matizando nuestros puntos de vista con otras vivencias. Si tenemos las ideas claras, seguiremos teniéndolas. Pero igual descubrimos nuevos hechos que interpretar, o criterios a los que no dimos importancia. Lo que descubriremos seguro es que (con excepciones) la gente que opina diferente no son imbéciles desinformados ni malvados odiadores sino personas que dan una importancia muy diferente a algunas cosas, y que se alimentan de fuentes de información que les presentan una realidad distinta a la que habitamos nosotros.
No es probable que nos convenzamos unos a otros. Es fácil que tropecemos con más de un intransigente y alguna persona muy desagradable. Pero comprenderse ayuda a respetar esos puntos de vista lo suficiente para convivir. Hagamos lo posible por sacar la cabeza al aire y conocer a nuestros vecinos que no piensan igual, con tranquilidad y poco a poco. Lo peor que puede pasar es que se den cuenta de que no estáis de acuerdo. Lo mejor, que se rompan las burbujas y empecemos a ver el mundo más como es.
Miguel Cornejo (@miguelcornejoSE) es economista y responsable de Asociaciones y Entidades en Ciudadanos Navarra.