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Ojalá la moción de censura fuera de verdad…y triunfara

Ojalá la moción de censura fuera de verdad…y triunfara

La ingeniería social tiene sus límites. Y si no, que se lo pregunten a nuestra clase política, que lleva 30 años intentando fraccionar España sin terminar de conseguirlo. Tanto esfuerzo invertido en castrar simbólicamente a los españoles, haciéndoles renunciar a sus señas de identidad, a sus símbolos, para que de repente un acto de humillación al Rey en Barcelona y la amenaza de otro referéndum ilegal hagan florecer de banderas españolas los balcones. Tanto malabarismo para colar de tapadillo reformas confederalizantes de la Constitución, para que al final todo se vaya al traste, tras pasarse de frenada los monstruos golpistas que habían sido soltados como simple herramienta de presión. «¡No somos nadie! ¡Maldito pueblo cerril!», claman los frustrados ingenieros.

Y las encuestas comienzan a arrojar el preocupante dato de que la desafección hacia el PP y El PSOE continúa aumentando, mientras que Ciudadanos alcanza su nivel de saturación y frena su crecimiento. El voto se escapa de la estructura de partidos del sistema por todos los costurones. Los próximos representantes que enviemos a Europa van a ser los más variopintos de nuestra historia. La irrupción de nuevos partidos, a izquierda y a derecha, está asegurada.

Y no es una fuga de votos para la que se espere un freno: cada paso que se da para volver a la situación anterior al referéndum del 1 de octubre, representa una nueva sangría de votos para PSOE y PP. Esos cerriles españoles no entienden que se siga intentando pactar con quienes han protagonizado un golpe de estado, ni que se les permita volver a formar gobierno cuando ni siquiera han renunciado a continuar con su golpe.

Para colmo de males, la sentencia de la Gurtel ha venido a aumentar la tensión interna en el PP, hasta ahora férreamente dominado por un Rajoy que ha conseguido que nadie le chistara mientras prolongaba las políticas de Zapatero. ¡Lo que le faltaba a los ingenieros! Si saltara (por la Gurtel o por cualquier otra cosa) el tapón que mantiene al PP embotellado, la situación dejaría de ser manejable, porque desaparecería toda posibilidad de pastorear a la base electoral de la derecha. La continuidad de Rajoy es imprescindible para los proyectos de reforma confederal.

Algo tenían que hacer, por tanto, los ingenieros sociales para alejar el foco de Cataluña y recuperar la iniciativa política. Y han vuelto a desempolvar el capítulo de la moción de censura. ¿Qué mejor que una buena pelea simulada entre Rajoy y Sánchez, para inducir fervorines entre sus electores y aparentar que no son dos caras de un mismo bipartito?

Por lo pronto, la moción de censura pone sobre la mesa un enemigo exterior (¡ese malvado Pedro Sánchez!) que permite a Rajoy cortar de raíz cualquier movimiento interno en su contra. Si complicado era que el PP se revolviera contra Rajoy, imaginen ahora, con una moción de censura en marcha.

Y en las próximas semanas conseguirán que el tema político de conversación sea la moción de censura, no Cataluña, frenando de ese modo la caída libre del PP y del PSOE en las encuestas. La ingenuidad sincera de tantos electores y la ingenuidad interesada de tantos comentaristas contribuirán a soterrar, informativamente hablando, el golpe de estado catalán. Las quejas de los catalanes a los que el PP y el PSOE vuelven a vender al nacionalismo quedarán acalladas por los gritos de los falsos enfrentamientos en la tribuna del Congreso.

Déjenme que se lo diga claramente: ¡Ojalá la moción de censura fuera de verdad y triunfara! Porque el golpe en Cataluña no puede salir adelante sin un Rajoy en la Moncloa. Sin alguien que consiga que la base electoral de la derecha acepte mansamente los hechos consumados, el golpe en Cataluña no puede prosperar. Si ahora, con Rajoy tirando de las riendas del caballo para frenarlo, los españoles de dentro y de fuera de Cataluña se han lanzado a las calles con sus banderas, imaginen qué pasaría si alguien quita a Rajoy y, a continuación, el caballo del hartazgo de los españoles se desboca.

¡Ojalá Pedro Sánchez suicidara al PSOE montando un gobierno Frankenstein! Nos quitaríamos de un plumazo al tapón que mantiene amordazada a la derecha y a un PSOE que hace tiempo que se convirtió en el principal problema de España.

Pero no se hagan ilusiones, no caerá esa breva. No son tan idiotas. Saben, como yo, que ese sería su fin. Si se pudieran permitir un gobierno Frankenstein, lo habrían conformado al principio de la legislatura, puesto que el reparto de diputados era el mismo que ahora: si no lo hicieron en ese momento es porque Rajoy, entonces como ahora, sigue siendo necesario en la ecuación confederalizante. Sin él, no hay nada que rascar.

En las próximas semanas, asistiremos a una prolongada y aburridísima representación teatral a cuenta de la moción de censura. Si a alguno de Vds. le gustan los culebrones, disfruten de la obra.

Yo, si me lo permiten, seguiré fijándome en Cataluña, que es donde se celebra la verdadera batalla. El teatro político me aburre. Especialmente cuando los guionistas se repiten.

Luis del Pino, Director de Sin Complejos en esRadio, autor de Los enigmas del 11-M y 11-M Golpe de régimen, entre otros. Analista de Libertad Digital

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