Resulta curioso comprobar cómo cuando las personas se esconden entre la masa, sacan en ellos su verdadera personalidad que, muchas veces, revela lo peor del ser humano.
Desde hace ya muchos meses en tres lugares diferentes de nuestra geografía española se ha podido ver este fenómeno: Cataluña, Pamplona y Alsasua.
En la primera el furor independentista; en la segunda el ataque de una «manada» y, en la tercera, el odio, la sinrazón contra quiénes representan la seguridad, la protección durante años, de todos los ciudadanos, incluidos lo de Alsasua, y contra el terrorismo etarra.
En todos estos casos, cada uno en su momento, cuando llega la ocasión de «rendir cuentas» ante la Justicia, todos se echan para atrás e intentan el «yo no estaba», «yo no quería», «no quería hacer daño»… un largo rosario de excusas, en suma, que denotan una gran cobardía.
En el caso que nos ocupa, el juicio de los agresores a los dos guardia civiles en Alsasua, lo malo, es la estrategia totalmente medida y pactada en todos los ámbitos.
Solo queda pedir a la Justicia, la garante de los derechos de las personas, que actúe en consecuencia, que condene, que imponga las penas debidas y sin temblar ante las reacciones posteriores.
Que se haga justicia.