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Democracia, Puigdemont y Lavapiés

Estos días estoy leyendo un libro llamado “La gente contra la democracia”, de Yascha Mounk, que intenta analizar los problemas actuales de la democracia liberal. No es que lo suscriba pero sí que hace pensar.

El análisis parte de una definición de la “democracia liberal”, el sistema occidental de gobierno que combina “liberalismo” (respeto a instituciones y reglas, reconocimiento de derechos individuales, protegiéndonos de la tiranía de la masa) y “democracia” (gobierno de la mayoría, por encima de los poderosos, sabios o ricos). Una combinación que, con la caída del Muro, parecía imparable.

Y sin embargo hoy la vemos bajo asedio. Desde Polonia a EEUU e incluso España, vemos partidos o líderes que defienden a “la gente” por encima de las reglas del juego democrático y sus garantías. Vemos a Trump con su cesarismo, o a Pablo Iglesias o Puigdemont con el suyo, pretendiendo defender a “la gente” contra sistemas que ya no les representan. Eso es el populismo.

Es fácil criticarlo. Es evidente que es un caldo de cultivo para irresponsables que proponen “soluciones sencillas a problemas complejos”, que dicen a la gente lo que quiere oir: que se puede nadar y guardar la ropa, que se puede salir de España y seguir en la UE, que se puede salir de la UE y conservar sus ventajas. Que todo es cuestión de levantar un muro. Que no hace falta pagar las deudas. Que España te roba. Que ningún juez tiene derecho a perseguir a tu líder haga lo que haga (https://www.elespanol.com/espana/20180326/roger-torrent-ningun-puede-perseguir-presidente-catalanes/294721187_0.html).

Pero el populismo no ha nacido solo. La oleada actual de populismos es una reacción frente al exceso contrario: a un abuso de los dirigentes, que han llevado las cosas en direcciones en las que la gente no quería ir durante mucho tiempo. A democracias que se habían convertido en simples juegos de mesa entre clases dirigentes a los que los votantes asistían como meros espectadores. No sólo en Italia. No sólo en España. No sólo en EEUU.

La lista de agravios podría ser larga pero “la gente” la resume deprisa. En EEUU, una gran parte de la población blanca trabajadora ha percibido una bajada en su nivel de vida que atribuye a la globalización económica y a la inmigración ilegal, dos causas apadrinadas por “los de siempre” y las élites. En Gran Bretaña, casi lo mismo: una parte inesperadamente grande de la población veía con resentimiento la inmigración, legal e ilegal, proveniente de una Europa que no parece beneficiarles. En España una gran parte de la población sigue con niveles de vida muy por debajo de antes de la crisis y veía a una clase dirigente ocupada en problemas que no son los suyos, protegiendo a “los bancos”, construyendo “naciones” y llenándose los bolsillos.

No vale de nada decir a “la gente” que las cifras macro están mejorando aunque tu sueldo sea de risa, o que el comercio mundial mejora el nivel de vida de todos porque lo que pierdes en sueldo lo ganas en precios más baratos, o que los inmigrantes nos enriquecen aunque cobren ayudas sin haber cotizado a la seguridad social. Los votantes alemanes están cada vez más hartos de una inmigración que no se asimila, y que no viene toda de la guerra de Siria, por mucho que sus dirigentes prediquen la solidaridad.

Es la segunda parte del problema. Es el empecinamiento de algunos dirigentes en llevar a la mayoría de la población por donde no quiere ir, como si sus opiniones no valieran. Es como el populismo, pero al revés: el abuso de la mayoría, y de la democracia, por unos pocos cuyos criterios no son los comunes pero que se sienten capacitados para decidir por todos lo que está bien y lo que está mal, sustrayéndolo al juego democrático.

Pensemos en todas esas cosas que no se pueden decir ni pensar ni poner en un programa. En esas cosas que son así porque es implanteable que sean de otra manera. No porque tengan apoyo social, sino porque los dirigentes (políticos, medios, lobbies, activistas, profesores de la enseñanza pública catalana) no quieren cuestionarlo. Hasta que llega un Trump y las dice, y se rompe la baraja.

Haríamos bien en tener cuidado. Todas esas verdades impuestas a los votantes son frágiles. Sólo esperan a un populista, de derechas o de izquierdas, que las reconozca como lo que son y las use para derribar a “los de siempre” y sus instituciones. Y en nombre de esas “verdades” se están haciendo cosas muy impopulares.

Si queremos que nuestro sistema sobreviva, hay que tomarse en serio los problemas, abordarlos de frente, desde las instituciones y desde el respeto a la voluntad popular. Combinando los dos pilares, no usando uno contra el otro.

Si dejamos que se separen, tendremos casos como la “construcción nacional” catalana por una élite que pretendía saltarse leyes y derechos en nombre de un “pueblo” al que han enseñado que está por encima de esos detalles. Ya hemos visto a dónde lleva ignorar los derechos de la otra mitad.

O pensemos en las causas de los disturbios de Lavapiés. Hemos estado ignorando la ley en lugar de adaptarla para resolver un problema real y serio. Asumimos que tenemos obligaciones con los que llegan a España forzando las fronteras, pero no hemos sido capaces de crear un acuerdo social y un marco legal que lo refleje. Con ello acabamos creando una ficción que les perjudica tanto a ellos como a nosotros. Son ilegales, pero les facilitamos el acceso a derechos sociales que pagamos todos. Les relegamos a medios ilegales de ganarse la vida, y a alimentar mafias y economía sumergida, pero luego no les perseguimos en serio (hasta que arbitrariamente decidimos hacerlo). No les echamos pero no les dejamos participar plenamente en obligaciones y derechos.

Con ello no sólo les perjudicamos a ellos. Rompemos la primera regla del juego democrático, que es que las reglas están para todos y nadie está por encima de la ley. Cuando no se persigue una actividad ilegal, se rompen las reglas. Cuando se permite el comercio sin licencias o impuestos, se rompen las reglas. Cuando no se impide la venta de falsificaciones, se rompen las reglas. Cuando se permiten pisos patera ilegales, se rompen las reglas. Cuando se mira hacia otro lado ante la okupación, se rompen las reglas. Cuando se dice a la Policía que no intervenga en unos disturbios, se rompen las reglas. Cuando se deja a la población en manos de vándalos, se rompen las reglas. Cuando se crean ayudas de las que es manifiestamente fácil abusar, se rompen las reglas.

No importa la razón, por justificada que parezca. Al ignorar nuestras propias leyes estamos deslegitimando el sistema, como hacían los que toleraban la corrupción o permitían a Puigdemont ignorar decisiones del Constitucional impunemente. Estamos creando un problema real e invitando a que venga un populista con una solución “sencilla” a intentar resolverlo. Ya es hora de dejar de mirar hacia otro lado y abordar el trabajo de crear leyes eficaces que respondan a la voluntad popular… y puedan cumplirse.

Miguel Cornejo, @miguelcornejoSE es economista.

Artículo anterior El euskera en su pirámide

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