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50 años de unos Juegos únicos contagiados del espíritu revolucionario del 68

Cumplir 50 años, un momento propicio para hacer balance vital y, a menudo, entrar en crisis, será sin embargo motivo de feliz celebración para quienes participaron hace medio siglo en los Juegos Olímpicos de México, una edición única e inolvidable que se contagió del espíritu revolucionario de 1968.

El récord de Bob Beamon, el salto de Dick Fosbury, las piruetas de Vera Caslavska, las primeras manos femeninas -las de Enriqueta Basilio- que encendieron un pebetero, los puños en alto enfundados en guantes negros… aquello Juegos dejaron imágenes icónicas y momentos para la historia que trascienden el deporte y forman parte de la cultura del siglo XX.

El norteamericano Dick Fosbury revoluciona el salto de altura con su nuevo estilo y gana la medalla de oro

El récord de Bob Beamon, el salto de Dick Fosbury, las piruetas de Vera Caslavska, las primeras manos femeninas -las de Enriqueta Basilio- que encendieron un pebetero, los puños en alto enfundados en guantes negros… aquello Juegos dejaron imágenes icónicas y momentos para la historia que trascienden el deporte y forman parte de la cultura del siglo XX.

Fueron los primeros Juegos en Latinoamérica y en un país hispanohablante, los que estrenaron los controles antidopaje y las pruebas de sexo, los que abrieron las puerta a las dos Alemanias y los que superaron la barrera de los cien países. Pero también los que se inauguraron bajo el eco de los disparos de la matanza de Tlatelolco.

Treinta y siete personas, según la versión oficial, y más de 300, según distintas organizaciones civiles, murieron el 2 de octubre después de que el presidente Gustavo Díaz Ordaz ordenase reprimir a tiros una protesta estudiantil pacífica en la Plaza de las Tres Culturas.

Diez días después y dieciséis kilómetros al sur de donde se había perpetrado la masacre, Díaz Ordaz inauguró en el Estadio Universitario, como si nada hubiera pasado, los Juegos Olímpicos. La mayoría de los deportistas participantes desconocía lo ocurrido. Los dirigentes de sus países y el Comité Olímpico Internacional (COI) actuaron como si también lo desconocieran.

Aquellos hechos fueron solo una muestra del convulso devenir de 1968, año por el que también desfilaron la primavera de Praga, el mayo francés, el asesinato de Martin Luther King, la batalla de Saigón, el lanzamiento del Apolo 5 y el Álbum Blanco de los Beatles.

México había ganado la sede de los Juegos en 1963 tras exigente competencia con Buenos Aires, Detroit y Lyon.

Después de unos primeros años de altibajos, los preparativos tomaron el impulso definitivo en 1966 con la llegada a la presidencia del comité organizador de Pedro Ramírez Vázquez.

El papel del célebre arquitecto fue decisivo y así se lo reconoció luego el COI con su nombramiento como miembro del organismo en 1972 y con el encargo profesional, años después, de tres edificios emblemáticos: las oficinas de Comité y el Museo Olímpico de Lausana (Suiza) y su pabellón en la Exposición Universal de 1992 en Sevilla (España).

Los 2.240 metros de altitud sobre el nivel del mar de Ciudad de México fueron objeto de inquietud desde la concesión de la sede. Los Juegos demostraron que, con una adecuada aclimatación, los deportistas podían competir sin peligro alguno para su salud. Pero también que las condiciones de excepcional altura favorecían la consecución de plusmarcas insólitas en ciertas disciplinas. La más inesperada, la de los 8,90 metros estratosféricos que el estadounidense Bob Beamon estableció en salto de longitud.

A la credibilidad de los récords allí logrados contribuyeron los cronometrajes electrónicos y la foto-finish; a su difusión, la transmisión televisiva vía satélite a todo el mundo.

Otra ‘primera vez’ implantada por los Juegos de México fue la Olimpiada Cultural, que reunió en distintos festivales y foros a personalidades de la talla de Eugene Iionesco, Alberto Moravia, Arthur Miller, Martha Graham, María Félix, Octavio Paz o Duke Ellington.

Cincuenta años después, grandes protagonistas de aquellos Juegos como el propio Beamon, Irena Szewinska o Sawao Kato viajarán en este 2018 a México para participar en los actos conmemorativos de la gran cita. Será un momento propicio, quizás, para hacer balance vital. Pero de crisis, nada, porque entre todos dejaron una impronta imborrable en el deporte mexicano, en los Juegos Olímpicos y en el siglo XX. EFE

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