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Tanto monta monta tanto Puigdemont como Mariano

Cuando alguien escucha la expresión “tanto monta”, enseguida tiende a completarla añadiendo “monta tanto Isabel como Fernando”. Sin embargo, y por más que creamos, no es éste un lema del siglo XV ni atribuible a los Reyes Católicos, si bien éstos usaron de él.

En realidad, esta expresión se usa para significar que una cosa es equivalente a la otra, que está en la misma categoría, al mismo nivel y a la misma altura que su contraria. «El Tanto monta es un proverbio clásico, cuya expresión completa es: Tanto monta cortar como desatar», según explica José María Iribarren en El porqué de los dichos. Y no fueron los Reyes Católicos, aunque Fernando lo adoptara como lema, sus autores. Antes de Iribarren, ya escribe Covarrubias en Tesoro de la lengua castellana: “Tomose este modo de decir de aquel nudo Gordiano que no pudiendo desatar Alejandro (Magno), le cortó diciendo las sobredichas palabras”.

Y, antes que en Covarrubias, el historiador Quinto Curcio, muerto en el año 53 de nuestra era, y autor de Historiae Alexandri Magni Macedonis [Historia de Alejandro Magno de Macedonia] narra que Alejandro Magno, en una de sus campañas de conquista, encontró un yugo atado con un nudo complicadísimo e imposible de desatar. Según una profecía, aquél que fuera capaz de desatarlo se convertiría en el nuevo señor de Asia. Esto motivó que Alejandro desenvainara su espada y lo cortará diciendo: «Da lo mismo (tanto monta) cortar como desatar», entendiendo que, de esta manera, en él se cumplía dicha profecía.

Si repasamos la reciente historia de España vemos que la precariedad, es decir, la poca estabilidad o duración o bien la carencia de los medios suficientes de una u otra índole ha sido un mal del que muy frecuentemente ha adolecido la gobernabilidad de España, sea del Gobierno del Estado, sea de los gobiernos de sus comunidades autónomas.

Cuando un gobierno, independientemente de que sea nacional, regional o local, ha carecido de los escaños necesarios para gestionar su ámbito y en él cumplir con su máximo deber, que es velar por el Bien Común de la ciudadanía y, en segundo orden, cumplir con el programa electoral, que vendría a ser las promesas que los partidos que sustentan los gobiernos hacen a los votantes para atraer su favor en las urnas, lo que ha prevalecido han sido los intereses personales y de partido, el apego a la poltrona desde la que se corta el pastel, más en beneficio de un grupo que del Común. Y estos intereses han conducido o inducido a los responsables políticos a contraer a veces pactos que van contra toda razón y buen criterio.

En Navarra y en Pamplona lo estamos padeciendo ahora con el Gobierno Foral y ayuntamientos como el de Pamplona. El primero poniendo todas las trabas posibles e imaginables al interés de Navarra. Basten como ejemplos su desprecio de las necesidades hidrológicas, de la realidad lingüística o, por estar ahora en el candelero, su oposición al Tren de Altas Prestaciones.

Pero el gobierno de la señora Barkos no es el único culpable de que esta locomotora no acabe de arrancar. Cuando UPN gobernaba Navarra y el PP tenía una mayoría absoluta en todos los ámbitos como ningún partido había tenido en los últimos cuatro decenios, por unas u otras razones, el tren también ha estado en vía muerta. Ahora, a UPN le interesa sacar adelante el proyecto, el PP necesita el apoyo del partido regionalista a sus presupuestos generales y están echando tanta madera al asunto como la que echaban a la locomotora loe Hermanos Marx en el Oeste.

En Pamplona aún estamos reponiéndonos de la resaca de la ridícula “amabilización” de la ciudad, una ocurrencia del señor Asirón y sus cómplices, más que aliados, en la gestión municipal. Esta “amabilización” recuerda a un servidor el lampedusiano “todo ha de cambiar para que nada cambie”.

Los últimos ayuntamientos de Pamplona –como ya repasábamos en un artículo anterior- si han transformado, modernizado y mejorado la ciudad con un ambicioso plan de infraestructuras, edificios, etc. que no vamos a repetir aquí ¿Pero qué ha hecho la “amabilización” sino trastocar el tráfico andado y rodado de nuestra querida capital de tercer orden, tan sólo con poner cuatro señales, media docena de macetas, rebajar unas aceras, estrechar algunas calzadas y pintar una serie de rayas en el asfalto? No voy a entrar en juicios prematuros, pero parece ser que estos cambios, cuya única ventaja es que pueden ser deshechos sin grandes trabajos ni gastos por cualquier Ayuntamiento posterior que tenga dos neuronas, sólo han perjudicado a los comerciantes de la ciudad, a muchos moradores de los ensanches y la parte vieja y creado un paraíso para los botellones en las zonas en que más proclives son a concentrarse los votantes de quienes manipulan el actual consistorio.

Si dejamos el ámbito de Navarra y pasamos al nacional, vemos que ahora todo el mundo se echa las manos a la cabeza con el problema de Cataluña y el 1 de Octubre, que, una vez la farsa -que no comedia- finalice y baje el telón, cabe esperar, incluso por el interés de los propios catalanes, que tanta fama tienen de pragmáticos, no tenga mayores consecuencias que las que tuvo en su día la consulta del 9 de noviembre de 2015.

Los actores son los mismos, como en la cancioncilla de La Tarara: unos que dicen que sí, encabezados esta vez por Carles Puigdemont y otros que dicen que no, encabezados esta vez por Mariano Rajoy. Es decir, un gobierno autonómico que atenta contra la constitución y otras cosas más esenciales como la Unidad, el Bien Común y los más altos intereses de España, de cuyo gobierno el presidente autonómico de turno no es sino un representante ordinario -citando el artículo 152 de la Constitución: “al que corresponde la dirección del Consejo de Gobierno, la suprema representación de la respectiva Comunidad y la ordinaria del Estado en aquélla”- y un Gobierno del Reino de España que se muestra incapaz de adoptar las medidas necesarias para gobernar y hacer cumplir la legalidad, ladrando mucho en apariencia, pero, a la hora de la verdad, dejando que los delincuentes, porque delincuente es todo el que quebranta la ley, sigan adelante campando por sus respetos y riéndose de toda la nación.

Lo cierto es que Puigdemont, ya veremos pronto hasta qué extremo, se afana en decir que sí y sigue con la burra al trigo, mientras Rajoy dice que no, pero, con una actitud de aparente omisión consciente que cabe preguntarse hasta qué punto no será también delictiva por la dejación que implica de sus funciones, se muestra inoperante e incapaz de que la pécora rebelde torne al lendel del que nunca debió salir.

Fuere como fuere, en esta astracanada del referéndum separatista catalán, por acción o por omisión, tan culpables parecen el uno como el otro. No en vano, como bien escribió Edmund Burke, “Para que triunfe el mal, basta con que los hombres de bien no hagan nada”; y nada es lo que está haciendo el Gobierno del Reino de España contra los delitos de sus subordinadas administraciones catalanas.

Por eso, bien podemos decir que, si uno y otro, por acción o por omisión, se sitúan en la misma categoría, al mismo nivel y a la misma altura, ante los españoles y la Historia, cobraría validez el viejo dicho y sus añadidos ulteriores, que podríamos parafrasear y decir que tanto monta monta tanto Puigdemont como Mariano.

Pedro Sáez Martínez de Ubago,  investigador, historiador y articulista

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