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Cien años de voluntad

Más de ciento treinta domingos. Más de cuatro años. Desde una primera reflexión acerca de Menéndez Pelayo y su reconstrucción de la historia nacional, hasta la publicada hace una semana sobre la consumación del proceso constitucional de 1978. Durante todo este tiempo, ese hilo conductor que ha ido trazando la búsqueda de una idea de España ha comentado la obra de casi un centenar de intelectuales, filósofos, poetas, novelistas, autores teatrales y directores de cine. También la de dirigentes políticos y sindicales de todo signo, desde el republicano Azaña hasta el democristiano Lucia, desde el cenetista Pestaña hasta el falangista Primo de Rivera, desde el comunista heterodoxo Andreu Nin hasta el no menos heterodoxo pensador del nacionalsindicalismo Santiago Montero Díaz. En el fondo de toda su obra, como referencia esencial, España.

España como nación completa. No solo espacio constitucional de garantía de derechos, sino  herencia  de siglos  e  impulso que miró hacia adelante en una de las épocas que combinaron con mayor eficacia destructora las ilusiones de la utopía y la atrocidad de las guerras modernas. España como lugar común bajo ese cielo difícil y compacto de una modernidad puesta a prueba por los vaivenes de la revolución y la contrarrevolución. España como territorio en el que sobrevoló la exaltación romántica de las emociones insaciables y la esforzada recuperación del compromiso con la razón moderada. España como espacio físico y cuerpo moral disputado entre quienes  siempre se sintieron españoles. España, también, como experiencia colectiva y personal, como trascendencia de cada uno de nosotros, como sabiduría lentamente sedimentada que nos permite conocer y reconocernos en los actuales tiempos de insolvencia.

Llegados a este punto, cuando no cesa el rayo de la impugnación de los separatistas y de la indiferencia cultural de las izquierdas y las derechas que deberían defender España como lo hicieron sus antecesores con mucho mayor riesgo que el de perder unas elecciones o el de ofender a provincianos, a tecnócratas y a aliados circunstanciales para la aprobación de presupuestos; llegados a este punto, ¿qué nos dicen estos cien años? ¿qué nos  susurra España desde el fondo de este siglo tras haberla escuchado de nuevo en la voz de nuestros mejores compatriotas?

España proclama, en primer lugar, que  nuestra  nación es el fruto de una voluntad sostenida a lo largo de una prologada transición por la historia. Que es resultado de un proceso de integración consciente, no de la casualidad ni del contrato desdeñoso e interesado. Expresa, además, que esta voluntad se ha basado en leyes, en derechos preservados y en el control de la autoridad, porque para los españoles siempre estuvo el origen de la soberanía en la comunidad, y solo pudo ejercerse el poder en el nombre del pueblo y en  la práctica del bien común.

Pero nos dice, también, que junto a esas leyes y constituciones,  nuestra  nación se basó en la construcción de un espacio de valores compartidos que son los de Occidente, hijo de la tradición clásica, del cristianismo, del humanismo renacentista, de la Ilustración y del reformismo social. Que en ese respeto a la dignidad del hombre, en el culto a la compasión, en la veneración del carácter sagrado de nuestra experiencia en la tierra, se  dio por supuesto que nuestra sociedad nunca interpretaría la secularización como el abandono de una concepción del hombre identificada con la tradición cristiana. La lucha entre laicistas y católicos, el combate estéril de clericales contra anticlericales,  se debió a que ni unos ni otros entendieron que los principios de igualdad, libertad, fraternidad y progreso eran la traducción  al mundo contemporáneo de ideales ya enunciados por un mensaje evangélico que no puede arrancarse de nuestra idea del mundo sin lesionarlo de manera irreparable.

Nos dice España que la nuestra no ha sido la historia de un fracaso ni la crónica de una inferioridad. Nuestros tiempos de violencia e incomprensión no fueron más desdichados que los de otros países europeos en los años que se iniciaron con la Gran Guerra. Lo que ocurre es que nuestra conciencia, arraigada en tanto tiempo de pasión por la libertad del hombre, de lucha por su libre albedrío, de defensa del derecho de gentes, de construcción de un Estado en el que al rey se le recordaba continuamente su autoridad limitada por la moral, hizo que nos costara mucho más olvidarlo todo y perdonárnoslo todo. Nos sumió en una larga penitencia que llegó a hacernos pensar que España era  una nación frustrada, irremediable, de espíritu angosto y futuro cancelado. Hizo que, mientras Europa salía a flote aceptando su pasado, nosotros entendiéramos que  la tragedia de 1936 no era un hecho histórico, sino un elemento sustancial de nuestro carácter.

Haber sabido salir de ese callejón embrutecido con una Transición cuyo espíritu hay que defender a toda costa en estos momentos, nos muestra cómo España estuvo no solo a la altura, sino muy por encima de lo que otras naciones fueron capaces de hacer consigo mismas. No creamos una nación, pero le dimos el único sentido integrador y democrático que podía tener para que todos la consideraran propia. Y ese proceso admirado en todas partes, solo sirve aquí para vilipendiar a una generación entera de ciudadanos valientes, a una gran nación de patriotas libres, que demostraron hasta qué punto erraba el pesimismo de un fin de siglo que ha parecido reiterarse cien años después en esta miserable impugnación de nuestra existencia colectiva.

Sostiene España que todo se hizo, además, con un inmenso respeto a la cultura, porque ha sido ella la que nos ha mantenido alzando el pulso de nuestra nación en los momentos más terribles. Un país en el que nacen y escriben poetas como Lorca, Machado, Cernuda, Aleixandre, Hidalgo, Otero, Figuera o Cirlot, y en el que Riba y Espriu evocan la fuerza diversa de su espíritu, tiene que ser una nación tocada por la misma eternidad que ellos pudieron pronunciar.

Fernando García de Cortázar,  director de la Fundación Dos de Mayo, Nación y Libertad y Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Deusto

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