El cerebro de Björk debe ser un extraño órgano siempre en expansión, siempre aprendiendo, una madeja infinita de ideas y referencias que la artista islandesa ha exhibido hoy en una sesión casi monográfica que el Festival Sónar ha dedicado a la que es, sin duda, la emperatriz de la electrónica.
La apuesta de la organización para la víspera del festival podía sonar a «atracón Björk» con posible riesgo de empacho: una exposición acerca de su visión de la expresión digital (una de las múltiples máscaras que sobrelleva); una charla donde ha dejado oír su voz (aunque no cantando), para rematar con una maratoniana sesión de cuatro horas como dj, un ámbito fuera de su hábitat, ya que no suele prodigarse mucho tras la mesa de mezclas.