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Un sobrero del Ventorrillo sobresale en la truncada gesta de Dávila Miura

Un sobrero del Ventorrillo sobresale en la truncada gesta de Dávila Miura

Un extraordinario sobrero de El Ventorrillo fue el gran protagonista de la aciaga y muy deslucida «miurada» que echó el cierre hoy a la Feria de San Isidro, encargada de truncar la gesta de Dávila Miura, que finalmente no estoqueó ningún toro del hierro familiar, al serle devuelto su lote completo.

FICHA DEL FESTEJO.- Cuatro toros de Miura, de feas y muy desiguales hechuras, alzadas y arboladuras, desde los escurridos y «anovillados» primero y tercero, al destartalado y «acapachado» sexto, pasando por el «regordío» cuarto, pero con el denominador común de la falta de fuerzas, casta y fondo. Corrida muy deslucida.

Segundo y quinto fueron sendos sobreros de Buenavista y El Ventorrillo, respectivamente: mansurrón pero con un potable pitón derecho, el primero; y enclasado y bueno el otro, este último ovacionado en el arrastre.

Rafael Rubio «Rafaelillo», de añil y oro: pinchazo, media y dos descabellos (silencio); y media trasera y caída (ovación).

Eduardo Dávila Miura, de verde hoja y oro: pinchazo y estocada ligeramente desprendida con derrame (silencio); y pinchazo y casi entera (división al saludar).

Rubén Pinar, de azul pavo y oro: dos pinchazos y estocada corta (silencio); y estocada y cinco descabellos (silencio).

En la enfermería fue asistido Rafaelillo de: «puntazos corridos en cara interna tercio superior del muslo izquierdo, y axila derecha, de pronóstico leve».

Trigésima segunda y última de feria. Lleno aparente en los tendidos (22.490 espectadores) en tarde muy calurosa.

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EL PEOR FINAL POSIBLE

El primer San Isidro de la era Simón Casas al frente de Las Ventas no pudo tener peor final.

Después de un largo mes ininterrumpido de toros, no exento de polémicas, hoy, los de Miura, tan feos y desiguales de presencia como vacíos en esencia, se encargaron de cargarse la tarde, además de truncar la gesta de Dávila Miura, que volvía a Madrid para matar la corrida de su familia, y que, al final, se volvió para Sevilla sin estoquear ningún astado de los titulares.

Porque segundo y quinto, su lote, fueron precisamente los que la presidencia decidió echar para atrás por su manifiesta invalidez, aunque, dicha sea la verdad, perfectamente pudo devolver también los otros cuatro que sí se lidiaron, aquejados igualmente del mismo defecto de la absoluta falta de fuerzas, casta y fondo.

Por todo esto, al final, la única hazaña que llevó Dávila Miura fue la de volver a estoquear dos toros en Madrid al cabo de diez años, y, lo que son las cosas, fueron los que más se prestaron, sobre todo el sobrero del Ventorrillo que hizo quinto, extraordinario por la clase y el temple que exhibió.

Es verdad que no lo aprovechó del todo el veterano espada sevillano, que, aunque anduvo muy reposado e, incluso, extrajo algunos muletazos sensacionales, especialmente al natural, anduvo por debajo de las excelsas cualidades del astado.

Pero tampoco sería justo ahora darle un «palo», de verdad que no procede, pues tiene mérito, y mucho, el reto de volver a pisar la arena de Las Ventas al cabo de tanto tiempo solamente para conmemorar el 175 aniversario de la fundación del hierro familiar; como también lo tuvo en 2015 y 2016 cuando emprendió una gesta similar en Sevilla y Pamplona.

De ahí esta alabanza a su compromiso con esta fiesta, a veces, tan de pacotilla, pues, a diferencia de algunas «figuras» invisibles que sí rehuyen los compromisos de verdad en detrimento de corridas «a la carta» en plazas «de chichinabo», él sí ha querido dar la cara donde hay que darla y con corridas supuestamente exigentes (excepto la de hoy), y, algo más importante, sin necesitarlo.

Por eso, y teniendo en cuenta que no se le debería exigir como a los toreros que sí compiten en el circuito de las grandes ferias, se antojan muy injustas las constantes censuras hacia él por parte de cierto sector del tendido, que también decidió reventar la ovación con la que la parte sensible de la afición de Madrid quiso reconocerle semejante desafío.

Su primero, sobrero también, aunque éste de Buenavista, lució un potable pitón derecho, y por ahí Dávila logró algunos momentos estimables dentro de un conjunto al que le faltó mayor redondez.

El resto de la corrida apenas tuvo contenido, principalmente por las nulas opciones que brindaron los cuatro «miuras» que sí se acabaron lidiando, muy descastados y en el límite de la invalidez, sin olvidar la penosa y muy desigual presentación entre unos y otros.

Tanto Rafaelillo como Rubén Pinar acabaron estrellándose contra un muro de hormigón, a pesar de las ganas y el empeño que pusieron ambos para tratar de obrar un milagro a todas luces imposible de llevar a cabo. EFE

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