José María Aznar no puede estar contento. Uno de sus últimos peones, Esperanza Aguirre, presentaba ayer su dimisión de cualquier cargo público interno y externo dentro del Partido Popular. Y es que desde que desapareció de la escena política, uno tras otro, sus seguidores dentro del PP, han ido cayendo bajo el silente empuje de Mariano Rajoy.
Esperanza Aguirre es ya un cadaver político. Un cadaver víctima de toda la corte de “peperos” del PP madrileño que hicieron y deshicieron a su antojo durante años, y que su cabeza visible, Esperanza, no quiso o no pudo controlar, Esperanza declaraba ayer sentirse «traicionada y engañada».
Curiosamente un argumento parecido al que en su día la defenestrada ministra de Sanidad del PP, Ana Mato, empleaba para justificarse ante los desmanes del que fue su marido, el inclito Sepulveda.
Mientras tanto el presidente Rajoy, una vez más, callado, sin mover un músculo por la que fue una de sus más eficaces gobernantes -las estadisticas así lo demuestran en la Comunidad de Madrid-. Y es que Rajoy y su partido, el PP, a diferencia de muchos de sus socios europeos, no se caracteriza por apoyar sin fisuras a sus miembros.
Rajoy no debería mostrarse tan callado. Cuando el líder de un partido tiene que poner orden, la acción a ejecutar más clara es el “dar un golpe encima de la mesa” y eliminar lo podrido. Pero Rajoy siempre huye hacia adelante y no se para a defender a los suyos, no vaya a ser que se vea afectado por ello y perder lo que más le gusta, ser Presidente del gobierno.
En todo caso Rajoy es el representante último y máximo del PP. Ahí si está su responsabilidad.