Hace tres años, comenzaban en Venezuela las protestas de lo que se dio en llamar la Primavera Venezolana. Decenas de muertos más tarde, miles de detenidos más tarde, cientos de periodistas encarcelados o agredidos más tarde, el dictador Maduro acabó con la contestación en la calle por el procedimiento de encarcelar al líder de la oposición, Leopoldo López.
Pero la semilla de la libertad había sido ya plantada y los partidos opositores, reunidos en la Mesa por la Unidad Democrática, lograron plasmar en las urnas el masivo rechazo a un régimen que, además de criminal, ha sumido a Venezuela en una brutal crisis económica, con tintes de emergencia humanitaria. La oposición consiguió una mayoría de dos tercios en la Asamblea Nacional, evidenciando la soledad de un régimen a quien ya no le queda más apoyo que el de los fusiles y las botas militares.
La arrolladora victoria de la oposición forzó al régimen chavista a quitarse definitivamente la careta y abandonar cualquier apariencia democrática. Primero se renovó el Tribunal Supremo con afines al chavismo, violando las propias normas de nombramiento de jueces marcadas en la Constitución. Después, se burló de nuevo la Constitución al negarse a convocar el referéndum revocatorio válidamente pedido por la oposición. Finalmente, el Tribunal Supremo chavista ha dejado sin atribuciones a la Asamblea Nacional, eliminando así el último vestigio de separación de poderes. El poder real estaba ya en manos de Maduro. Ahora lo está también el poder formal. La dictadura se muestra así en toda su crudeza.
Luis del Pino, Director de Sin Complejos en esRadio, autor de Los enigmas del 11-M y 11-M Golpe de régimen, entre otros. Analista de Libertad Digital
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