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OPINIÓN: Errores de traducción

OPINIÓN: Errores de traducción

En plena Guerra Fría, el presidente ruso Nikita Kruschev dio en cierta ocasión un discurso en el que incluyó una frase muy concreta, dirigida a los americanos: “¡Os enterraremos!”.

La frase fue inmediatamente interpretada como una clara amenaza, provocando la lógica alarma entre la diplomacia y el ejército de los EE.UU., que vieron ese discurso como un paso más en la escalada de enfrentamiento verbal. La imagen de Rusia convirtiendo los EE.UU. en un inmenso cementerio tras un devastador ataque nuclear era demasiado poderosa como para ignorarla.

Y sin embargo, se trataba de un simple error de traducción.

La frase rusa era, literalmente, “¡Os enterraremos!”, pero el sentido de la frase no se correspondía con el que se le quiso dar. En ruso, como en español (¡pero no en inglés!), podemos usar esa frase (“Os enterraremos”) para indicar que sobreviviremos a alguien. Por ejemplo, cuando un abuelo rico y avaro le dice a sus anhelantes nietos “Os enterraré a todos”, no está sugiriendo que los vaya a matar, sino que será capaz de vivir más que ellos. Es decir, no se trata de una amenaza, sino de una declaración de tu voluntad de resistencia.

Ese era, exactamente, el sentido que Kruschev daba a la frase en su discurso: no pretendía decir que fuera a acabar con los Estados Unidos, sino que Rusia sería capaz de resistir a los Estados Unidos y sobrevivir a los americanos.

El de la traducción es un problema complejo. Porque de lo que se trata es de transmitir conceptos, actitudes y sentimientos de un lenguaje a otro, cuando no existe una correspondencia perfecta, no ya entre las palabras, sino ni siquiera entre los propios conceptos manejados.

Un ejemplo paradigmático es el concepto de tiempo en China. En cierta ocasión, un amigo taiwanés me sorprendió al contarme que los chinos piensan en el tiempo al revés que nosotros. Para un occidental, el tiempo es algo que está ‘delante’: mientras vivimos, vamos caminando hacia delante, hacia el futuro, y a medida que van produciéndose acontecimientos, éstos quedan detrás de nosotros, formando parte del pasado. Tenemos una actitud activa hacia el tiempo.

Por el contrario, para un chino el futuro está ‘detrás’: por eso no podemos verlo. El ser humano, según el concepto chino, está quieto, y los acontecimientos vienen desde atrás y lo alcanzan, entrando a formar parte del pasado. El pasado, para los chinos, está ‘delante’: por eso podemos verlo. Como ven, se trata de una actitud pasiva, en lo que al fluir del tiempo respecta.

De ahí que sea tan delicada la labor de traducción, especialmente en el terreno de la diplomacia: es imprescindible entender no solo el idioma, sino también la mentalidad de los dos interlocutores, para tratar de transmitir las ideas correctas.

Algo parecido sucede con los medios de comunicación. Se supone que los medios tenemos que ser una especie de ‘traductores’ entre la opinión pública y la clase política. Debemos informar a la ciudadanía de lo que la clase política hace y dice, y debemos también transmitir a la clase política lo que la opinión pública quiere o siente.

Y puede que buena parte de las sorpresas que nos estamos llevando últimamente se deba a que los medios de comunicación hemos dejado de cumplir fielmente con nuestro papel de traductores. Tomemos el ejemplo del Brexit: que un medio tome partido por el No al Brexit, entra dentro de su función de vertebrar la opinión pública. Pero si ese tomar partido se transforma en un intento de silenciar, ningunear o ridiculizar a aquella parte de la ciudadanía que apoya el Brexit, entonces ese medio está renunciando a ejercer de traductor fiel, al menos de cara a una parte de la población.

Es lo que pasó con el Brexit, lo que ha pasado en Colombia y lo que está pasando con el ascenso de los populismos en tantos países. Hace tiempo que los medios vivimos más en el mundo de la política, en el mundo de los políticos, que en el mundo de la calle. Hace tiempo que ejercemos nuestra labor de traducción solo en un sentido: el que va de los políticos al ciudadano. Eso sabemos hacerlo perfectamente: hacemos llegar muy bien a los ciudadanos la voz de los políticos. Pero…¿y al revés? ¿Estamos haciendo llegar a los políticos la voz de los ciudadanos?

La respuesta es negativa. Silenciamos a aquella parte de la sociedad, numerosísima, que tiene opiniones contrarias al consenso político. Con lo cual los políticos ni siquiera llegan a ser conscientes de hasta qué punto tienen a la sociedad en contra en determinados temas.

Y los responsables somos los medios de comunicación, que estamos fallando en nuestra labor de traductores.

Luis del Pino, Director de Sin Complejos en esRadio, autor de Los enigmas del 11-M y 11-M Golpe de régimen, entre otros. Analista de Libertad Digital.

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