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OPINIÓN: Cabo Cañaveral

OPINIÓN: Cabo Cañaveral

El 28 de noviembre de 1963, seis días después del asesinato de John Fitzgerald Kennedy, el presidente Lyndon B. Johnson anunció solemnemente a la nación americana la decisión que había tomado para honrar la memoria de su predecesor. Dado que Kennedy había sido uno de los grandes impulsores de la carrera espacial con su Programa Apollo, Johnson había decidido que Cabo Cañaveral, ese lugar de Florida que alberga el Centro de Lanzamiento de la NASA, pasara a denominarse Cabo Kennedy.

Como siempre que un político toma una decisión de carácter populista, el respeto por los procedimientos administrativos importa poco, y Johnson convenció en un tiempo récord al gobernador de Florida y al Catastro americano para que apoyaran la decisión de renombrar el cabo.

Así que los habitantes de la zona vieron con estupor cómo se cambiaba el nombre original de un accidente geográfico sin que nadie les hubiera pedido su opinión.

 De nada sirvió que los habitantes de Florida señalaran que el cabo se llamaba así desde hacía más de cuatro siglos. De nada sirvió que los vecinos recordaran que había sido el explorador Ponce de León el primero en avistarlo en 1513 y que habían sido los españoles los que lo habían bautizado así por la gran cantidad de cañaverales que había en la costa. De nada sirvió que varios ayuntamiento de la zona protestaran, argumentando que todos los mapas antiguos llamaban a ese cabo Cabo Cañaveral. En plena histeria por la muerte de Kennedy, las protestas de los lugareños fueron ignoradas.

Pero eso no significaba que los habitantes de Florida fueran a rendirse. Las asociaciones históricas y otras organizaciones de la sociedad civil lograron que el Senado americano tomara cartas en el asunto, y durante algunos años el asunto estuvo rebotando entre las dos cámaras legislativas americanas. Hasta que los promotores de la iniciativa para revertir el cambio de nombre se hartaron de esperar a que los burócratas de Washington decidieran, y lograron que el congreso estatal de Florida votara por su cuenta renombrar el cabo, haciendo caso omiso del Congreso americano. Tras un tira y afloja final, el consejo director del Catastro americano aprobó por unanimidad, el 9 de octubre de 1973, dejar sin efecto el cambio de nombre, con lo que aquel cabo volvió a llamarse como siempre se había llamado: Cabo Cañaveral.

No es el único caso en Estados Unidos de lucha por preservar la herencia española en el ámbito geográfico. Existen aún hoy en día un par de docenas de ciudades y condados que utilizan la ñ en su nombre, al haber sido fundados o bautizados por españoles. Y hace años se entabló una breve batalla legal cuando alguna de esas ciudades reclamó al Catastro americano que su nombre se escribiera correctamente, con ñ. El Catastro argumentó inicialmente que la ñ no forma parte del alfabeto inglés y que por eso se la sustituía por n, pero finalmente dio su brazo a torcer y la ñ se incorporó al Catastro para poder nombre correctamente esos lugares.

Viendo ese tipo de actuaciones, viendo esas personas que en Estados Unidos se enorgullecen de su pasado español hasta el punto de batallar con la administración para preservar su recuerdo, a uno se le cae el alma a los pies al ver el panorama de nuestra clase política. Por un lado, nacionalistas empeñados en cosas tan peregrinas como inventarse nombres vascos para poblaciones que jamás tuvieron uno y que siempre fueron nombradas en castellano; o como quitarle la ñ a un equipo de fútbol llamado Español. Por el otro, cuatro partidos supuestamente nacionales, que se clasifican en dos tipos: los que quieren acabar con España partiéndola en trozos y los que no quieren partirla, sino conseguir que desaparezca igual disolviéndola en Europa. Y todos ellos dirigidos por personas que ni conocen la Historia de España ni tienen el menor interés en conocerla.

Mientras no seamos capaces los españoles de exigir a nuestros dirigentes un mínimo respeto por nuestra propia realidad nacional, inseparable de su historia y de su lengua, mal podremos salir adelante. Porque mal puede defender los intereses de España ningún dirigente al que España, para empezar, le importa un bledo. En los pueblos, como en las personas, quien no aprecia su pasado tiene más difícil disfrutar del presente y sentir esperanza en su futuro.

Luis del Pino, Director de Sin Complejos en esRadio, autor de Los enigmas del 11-M y 11-M Golpe de régimen, entre otros. Analista de Libertad Digital.

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