Una cosa parece cierta. La última Guerra Civil, acaecida en este país, transcurrió entre 1936 y 1939. Por lo tanto, han transcurrido ya 80 años desde su comienzo, 18 de julio de 1936.
Toda Guerra Civil pudiera calificarse de fratricida, puesto que luchan hermanos contra hermanos, paisanos contra paisanos. Una guerra que crea, que abre, muchas heridas que el tiempo se preocupa de cerrar y de olvidar.
Pasados ya tantos años, aquel suceso se convierte ya en historia, puesto que muy pocos viven ya para contarlo en primera persona. Querer revivir aquellos acontecimientos como si hubieran sucedido ayer, solo crea angustias y tristezas; solo crea malos recuerdos que “nadie en sus cabales” quisiera revivir.
Y, precisamente, la llamada Ley de Memoria Histórica de 2007, eso es lo que ha creado: dolores olvidados.
Los muertos, muertos están y nadie va a revivirlos. Muertos que cayeron en ambos bandos y no sólo en los campos de batalla, sino como victimas de envidias, de denuncias falsas e incluso, sólo por el hecho de ser sacerdotes, o sindicalistas, o empresarios, u obreros, o cualquier persona que se encontraba en el peor lugar o en el peor momento.
Hoy hay revanchistas que quieren volver a revivir aquellos momentos y que, ahora, que han llegado a puestos de poder, quieren hacer pagar a los tiempos actuales, tiempos pasados. La excusa es reparar, recuperar y pretender hacer justicia a las víctimas.
Surge la pregunta, ¿ Por qué las victimas de la guerra civil tienen hoy más importancia, después de pasados ya 80 años, que las victimas de la barbarie terrorista de organizaciones como “la ETA”, acaecidas hace muy pocos años?¿Por qué, curiosamente, quienes tanto han olvidado y rechazado a las victimas de ETA, se hacen los adalides, los defensores de aquellas victimas, bueno solo de una parte de aquellas victimas?
Estamos en una sociedad que se supone es igual para todos. Desequilibrar la balanza para inclinarla hacia un lado, no parece sea la mejor manera de ejercer una labor de gobierno.
