Después del encuentro exprés con Mariano Rajoy ayer en el Congreso, el líder del PSOE, Pedro Sánchez, ratificó su voto en contra a la investidura del candidato popular esta semana y mantuvo la ambigüedad sobre su hoja de ruta a partir del 2 de septiembre, cuando el acuerdo sellado entre el PP y Ciudadanos requiere la abstención de los socialistas en conjunto o de algunos diputados a título individual para lograr una mayoría simple que reafirme a Rajoy como presidente.
Respecto a la convocatoria de un Comité Federal del PSOE que pudiera variar el sentido del voto de los 85 diputados socialistas, Sánchez se mostró ayer dispuesto a abrir un debate interno si hay «hechos nuevos». Y cuestionado sobre si la celebración de las elecciones vascas y gallegas el 25 de septiembre puede hacer variar la escena política, respondió: «En la vida política hay que contemplar todos los escenarios que se puedan producir en las próximas semanas».
Lo que no es tolerable en ningún caso es dejar a un país sin rumbo durante un año completo, ni pretender alcanzar el Gobierno sin haber ganado unas elecciones y con los votos muy minoritarios de aquellos que aspiran a disolver España.
La situación en la que se encuentra España puede tener consecuencias nocivas para la imagen exterior del país, y además impide afrontar los retos pendientes, en materia territorial -especialmente tras el desacato del Parlamento al TC- y económica, con asuntos de tanta trascendencia como la aprobación del techo de déficit y los Presupuestos, y el nuevo Plan de Estabilidad. De ello depende evitar una sanción de Bruselas de 6.100 millones de euros.
Sea como fuere, el PSOE no puede seguir aferrado al no igual que lo estaba el 21 de diciembre, como si no hubiera pasado nada desde entonces y continuar en un escenario político de extraordinaria complejidad en el que la celebración de unas nuevas elecciones es una alternativa que no es posible descartar.