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Niños científicos se adentran en los bosques chilenos en busca de sus sueños

En el colegio se sienten «bichos raros», se autodefinen como nerds y son apasionados por las ciencias, la ingeniería, las matemáticas y la tecnología

¿Qué es la ciencia? Esto es lo que se han preguntado cuarenta jóvenes chilenos y argentinos del campamento Bayer-Kimlu que durante diez días se han aventurado por los verdosos y profundos bosques del sur en busca de «experiencias para toda la vida».Son los científicos de hoy, se autodefinen como «nerds» y en el colegio se sienten «bichos raros». Tienen entre 14 y 18 años, y son apasionados por las ciencias, la ingeniería, las matemáticas y la tecnología.»

En Kimlu hay niños de muchas ciudades, son los mejores del colegio, islas entre sus pares; son los distintos al resto», señala Pedro Pablo Copaja, estudiante de medicina y productor de la Fundación Ciencia Joven, que organiza el campamento Bayer-Kimlu.

Aquí, los campistas se mueven con pie firme e ideas claras; algunos cursan sus últimos años de colegio, otros ya han empezado la universidad, pero estos días todos coinciden en los hermosos paisajes del parque Tantauco, una reserva ecológica de 118.000 hectáreas en el extremo sur de Chiloé.

El objetivo de este programa, que celebra su quinto verano y su segundo año con apoyo de Laboratorios Bayer, es aprender a trabajar en equipo e investigar tal como lo haría un científico de profesión. Su metodología incluye kilométricas rutas de trekking, un intenso kayaking por las aguas del lago Chaiguata, talleres y un ambiente de alta exigencia, «que dista mucho de las aulas tradicionales».

«El modelo escolar convencional hace que alguien ávido de conocimientos quede fuera. Los compañeros aminoran esas ganas, en vez de dar apoyo», explica Copaja respecto a un sistema escolar «que promueve la competencia, en vez de las habilidades individuales», dice.

La travesía comienza con la llegada a Castro, en la apacible isla de Chiloé, para desde ahí recorrer un pedregoso camino de tierra durante dos horas hasta llegar al gélido sector de Chaiguata, en el parque Tantauco.Ansiosos por intercambiar anécdotas, chilenos y argentinos conversan en las interminables noches a la luz y el calor de un fogón testigo de sus anhelos por descubrir una vacuna, la cura contra el cáncer, inventar un auto volador o simplemente aportar un granito de arena a la comunidad.

«Acá todos hablan sobre temas interesantes; hay opiniones distintas, hablamos de todo. Éste es un lugar en el que uno se encuentra con sus pares, con los que se entiende», explica Rocío Barra, santiaguina de 17 años y futura periodista.Como muchos de estos niños, María Jesús Vargas, de la austral ciudad de Puerto Montt, resiente la presión de sus cercanos.

«La ciencia es un tema mal mirado, se ríen de ti», aunque recalca que no le avergüenza «sacar su lado científico».Con largas caminatas matinales y charlas sobre la importancia del ecosistema, los monitores del campamento intentan guiar el camino de «los futuros Premios Nobel».

«Diversificamos la visión que se tiene de las ciencias para cambiar el paradigma del colegio. Es una experiencia para crecer, conocer gente y armar redes que se mantendrán siempre», afirma Copaja, integrante de la Red Kimlu, con la que los antiguos campistas comparten información, datos y memorias.

El pasado año estuvo marcado por la «furia» de los científicos chilenos, que afrontan un adverso escenario para la investigación. Exigen menos improvisación de las políticas públicas y la creación de un ministerio específico.Sobre esto, los campistas jóvenes de Kimlu tienen opiniones que contrastan, aunque coinciden en que el problema es el letargo gubernamental, la competitividad y el escaso presupuesto bajos, además del deficiente sistema escolar.

«En Chile no se promueve que los científicos se integren en la sociedad; existe mucha competencia. Siempre se premia al científico, pero nunca al equipo que hay detrás», declara Tomás Mattamala, santiaguino de 18 años que anhela ejercer la medicina.Pero también está el desinterés de esta generación «que no se mueve por descubrir» ni «es curiosa», sostiene Tomás.

«La sociedad no despierta el interés por ayudar a otros», enfatiza Santiago Aranguri, argentino de 15 años que creó un software para agilizar la búsqueda de personas perdidas y da charlas sobre programación. Si bien los abultados currículum de los «campers» de Bayer-Kimlu harían pensar que son genios que se pasan la vida entre olimpiadas científicas, becas en el extranjero y cursos en Harvard, estos 35 jóvenes aún son niños y lo demuestran cada día.

«Estos chicos viven el sueño de ser grandes científicos y la realidad es dura, pero esa motivación los va a mantener en la lucha, no se van a rendir a la primera», asegura Copaja. EFE

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