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Julio Larraz, un pintor a contracorriente como los salmones

«Cuando tu no sigues el ‘dictum’, lo que quieren los críticos de arte, pierdes la vida», afirma

Al pintor cubano Julio Larraz su madre le decía de niño que era del «club de los salmones» porque le gustaba ir siempre a contracorriente, una preferencia que varias décadas después define su apreciado arte.

«Todo artista tiene que sublevarse», afirma este pintor nacido en Cuba en 1944 y residente en EE. UU. desde 1961 para explicar por qué su pintura es realista.

 Cuando llegó a Nueva York a comienzos de la década de los años 60 se encontró con que todos los jóvenes artistas se volcaban a la abstracción y las nuevas formas.

Él eligió pintar seres humanos, naturaleza y objetos al igual que algunos de los maestros a los que más admira, como Brueghel, Velázquez, Goya y Degás, aunque también le gusta Picasso, de quien tiene una foto en su estudio de Miami, donde Efe lo entrevistó.

Los cuadros de Larraz, caracterizados por el color y la fuerza, alcanzan precios en las subastas que nunca bajan de cinco dígitos, aunque por lo general son de seis.

Él dice que es lo que menos le importa, que pintar le hace «un hombre felicísimo», aunque hay otros dos motivos más de felicidad en su trabajo: le pagan -«!dios mío, que felicidad mas grande!»- y después viene alguien y le cuenta cuánto goza contemplando el cuadro que le compró y cómo cada día descubre algo diferente -«cosas que yo ni siquiera he puesto ahí»-.

De sus comienzos recuerda que «había que pintar abstracto, adherirse a la escuela de Nueva York o pintar como Picasso o como Miró. Yo dije que no, que lo iba a hacer diferente».

«Hubiera sido «aburridísimo» para él hacer lo que los demás, pero también tuvo que pagar un alto precio por una elección digna de un miembro del «club de los salmones» como diría su madre.

«Eso fue terrible -resalta- porque aquí cuando tu no sigues el ‘dictum’, lo que quieren los críticos de arte, pierdes la vida, te van marginando, soslayando, te dejan afuera».

«Llegas a ver como ‘The New York Times’ te desaparece por completo, enterito, como por arte de magia», afirma con ironía.

Larraz, que cumplió 72 años el 12 de marzo, está preparando su próxima exposición. Será en junio en Venecia (Italia), en la galería Contini, no en la famosa bienal. «Soy apátrida, Cuba no me va a mandar y EE. UU., tiene sus propios artistas».

Rodeado de sus cuadros y de sus personajes, pues hay figuras que se repiten en sus obras, el artista se muestra convencido de que no hubiera tenido el éxito que ha tenido si hubiera ido por el camino de lo establecido.

«Uno de los fundamentos del arte es la libertad», subraya frente a «La bruja después de la tormenta», una de sus últimas obras.

Una bruja de cabellera rojiza que vive en su castillo, un cardenal que anda en su yate y es muy amigo de las oligarquías caribeñas, un espía sin cara que visita acuarios, un dictador bajito al que casi no se le ve en la tarima y la madame de un burdel frecuentado por los citados, son algunas de las criaturas que viven en sus cuadros, a las que «saca de la gaveta (el cajón) y las pone a trabajar).

«Cuento historias porque soy un parlanchín. La maravilla de pintar es que uno casi puede escribir pintando», señala.

Si se le pregunta si el poder es el tema central de sus cuadros, no responde enseguida. «La arrogancia, la corrupción del poder» son cosas que hay que señalar, dice después de unos minutos.

A Larraz le parecen «ridículos» los políticos que se creen dotados de un «poder extraordinario, sobrenatural».

«No es el poder, es solo la fuerza» y el miedo que infunden, dice este artista que ha residido en las ciudades estadounidenses de Nueva York, Washington, Florencia y Miami y ha hecho grabado, caricatura y escultura, además de pintura.

En medio del estudio un cuadro muestra la entrada al puerto de una ciudad imaginaria. Un crucero surca las aguas entre dos enormes piernas broncíneas, lo único que se ve de una estatua gigante, de un coloso. «Lo tienen ahí para meter miedo a la gente», señala.

La ciudad amedrentadora tiene nombre como el cardenal. Larraz le pone nombre a todo: Ortegoski tiene su yate La Tremebunda, Juana Campamento, el burdel La Maestranza. y la Reina de Corazones, una pechera grande y blanca donde reposan enormes joyas.

Los títulos de sus cuadros están a años luz de clásicos como «Paisaje con figura»: «Master Spy», «Landing Party», «The Queen of Hearts at Lucia de Lammermoor», «A Visit to the Oracle».

«Soy como Homero, un cuentacuentos», dice Larraz, quien está convencido de que el sur de la Florida se desarrolló gracias indirectamente a la revolución cubana y que los gobiernos de EE. UU., y la izquierda latinoamericana y europea tienen en común su interés en que sigan los Castro en Cuba, aunque por distintas razones.

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