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ANÁLISIS.- Debate de investidura: Nuevos tiempos, mismas broncas

Aunque es indudable que los tiempos han cambiado, y mucho, en el parlamentarismo español, el debate de investidura ha demostrado que la capacidad para montar una bronca en el hemiciclo sigue siendo permaneciendo intacta, y sólo hace falta mencionar la bicha o saber adjetivar ocurrentemente al adversario.

La bicha, en este caso, ha sido la cal viva con la que los GAL enterraron a los etarras Lasa y Zabala, antiguo episodio de la guerra sucia rescatado por el líder de Podemos, Pablo Iglesias, para dirigirse a los socialistas y a su histórico Felipe González.

 En un discurso donde Iglesias ha repartido leña a diestra y siniestra, elevando cada vez más la voz y el énfasis mitinero -ha dejado claro que se dirigía a los ciudadanos a través de la televisión, más que a los diputados- ha aludido al pasado «manchado de cal viva» de un consejero de Pedro Sánchez, que en su réplica final ha identificado claramente como Felipe González.

Y si hubo protestas de los socialistas en su primera alusión, en la última se ha montado gorda, con sonoros gritos de «fuera, fuera, fuera» que Iglesias ha aprovechado para encararse con ellos y pedirles respeto, gracias a que tenía el micrófono abierto, poniendo a prueba al presidente del Congreso, Patxi López.

Así ha terminado, entre gritos y ruido, como en los viejos tiempos del acoso al PSOE por los GAL, su estreno en el pleno, no exento de otros momentos estelares, el mejor de todos el beso que ha dado en la boca, en medio del hemiciclo, al diputado de En Comú Podem, Xavier Domènech.

Nunca se había visto en el hemiciclo tanto cariño entre correligionarios, con el líder de Podemos bajando escalones a toda pastilla al encuentro del catalán, quien al acabar su discurso recibía una gran ovación de la bancada podemita, hasta culminar la escena con ósculo y abrazo fraterno.

A más de un observador la imagen resultante le ha recordado otra foto histórica, aunque en blanco y negro: la que en junio de 1979 inmortalizó el beso en la boca entre el entonces presidente de la RDA, Erich Honecker, y el de la Unión Soviética, Leónidas Breznev.

La mañana había comenzado con un hemiciclo abarrotado a la espera del presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, que se ha hecho esperar unos minutos presto a echar por tierra el envite de Sánchez por un pacto con Ciudadanos que ha calificado de «bluf».

Sus continuas alusiones un tanto despectivas a los socialistas -«ya verán como lo entienden a pesar de ser ustedes», ha reiterado- no han gustado nada en los 90 escaños del PSOE, pero han encantado a los suyos, que han aplaudido a rabiar y han reído con ganas.

La intervención de Rajoy ha sido aprovechada por Iglesias para repasar el discurso que luego iba a pronunciar, mientras Iñigo Errejón se afanaba en usar su móvil, práctica que ha sido harto frecuente durante la mañana en el ala izquierda del salón de plenos.

Desde la tribuna de invitados, el padre Ángel, fundador de Mensajeros de la Paz, no se perdía ni una de lo que sucedía metros más abajo, mientras el padre y la novia de Albert Rivera aguardaban el estreno del líder de Ciudadanos.

Cuando Pedro Sánchez ha subido a la tribuna, Pablo Iglesias ha abandonado su ensimismamiento y ha puesto caras y gestos a muchos de sus argumentos, e incluso ha intercambiado mímicas con el ministro de Exteriores en funciones, José Manuel García-Margallo.

Como ya ocurrió ayer con el discurso de investidura, el lenguaje gestual ha conformado una especie de debate paralelo, con un Rajoy que no ocultaba aburrimiento mientras hablaban Iglesias o Rivera, o con Sánchez enfrascado en tomar notas y consultar el móvil sin mirar en ningún momento a Iglesias mientras intervenía en la tribuna.

Rivera se ha tomado con buen humor los cariñosos apelativos que el de Podemos la ha dedicado insistentemente para descalificar su acuerdo con el PSOE, en especial el que ha identificado a Ciudadanos como «la naranja mecánica» por su color corporativo, pero Iglesias ha echado en cara a Pedro Sánchez que no le mirara nunca.

Aunque luego él se ha olvidado de atender a Albert Rivera, ocupado junto a Errejón en consultar su teléfono móvil, con la botellita de agua siempre a mano y que ya parece equipamiento imprescindible de los diputados de su grupo.

Pedro Sánchez, protagonista de la sesión, ha mantenido la compostura frente a los ataques de Iglesias, y sólo se ha revuelto para defender a González, recriminarle que usara políticamente el terrorismo y proclamar que en España no hay presos políticos.

Eso sí, el Reglamento del Congreso sigue siendo el mismo que en la anterior legislatura, y el artículo 71, que permite pedir la palabra por determinadas alusiones, sigue siendo el favorito.

Rajoy, tal vez nostálgico, lo ha invocado y ha podido hablar para puntualizar a Rivera, aunque el presidente López luego le ha reprochado que hubiera usado la palabra para ir más allá de unas supuestas alusiones; lo han reclamado los ministros en funciones Margallo y Fernández Díaz, y el portavoz del grupo popular, Rafael Hernando.

A todos les ha dejado intervenir Patxi López, incómodo por el trastorno que suponía para el debate, por otro lado inusualmente rápido, pero, cansado de tanta interrupción, a Xavier Domènech, le ha dejado con las ganas. Al fin y al cabo, él ya tenía su beso.

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