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OPINIÓN: Comunismo y Memoria Histórica

OPINIÓN: Comunismo y Memoria Histórica

Por medio de un comunicado y un vídeo subido a las redes sociales por Gazte Komunistak, entidad juvenil del Partido Comunista de España e integrada -como sus mayores- en Izquierda Unida, este colectivo juvenil se ha arrogado la retirada en Pamplona de una veintena de placas del Instituto Nacional de la Vivienda –creación de incuestionable calado social del régimen franquista- en las que figuraban el yugo y las flechas. Tales placas figuraban en las fachadas de varios edificios de sus más populares barrios. Una iniciativa, de entrada, a la que no podemos reconocer originalidad alguna: así, allá por 1976, una organización para nada identificada con la que origina este comentario, Falange Española de las JONS (Auténtica) hizo lo propio con varios cientos de placas existentes en la entrada de otros tantos pueblos españoles, en un intento de marcar distancias con el régimen desaparecido. Y, en años posteriores, campañas similares fueron emprendidas por sucesivos y plurales colectivos, generalmente, intérpretes de una Memoria Histórica un tanto bizca.

VPO franquismoLo realmente sorprendente de esta simbólica acción de tan marcado cariz justiciero -además de no constar que consultaran previamente a los vecinos afectados- es que la entidad protagonista tenga el valor, todavía hoy, de denominarse “comunista”. ¿Se imaginan el escándalo que generaría cualquier actuación pública de una organización neonazi? Recuerden la polémica desatada días atrás por la edición crítica en Alemania del Mein Kampf de Adolfo Hitler. Y ello acaecería aunque esos neonazis esgrimieran el pseudo-argumento de que -a su peculiar entender- habrían existido nazis “buenos”, que “su intención era loable” y que “una cosa es la teoría y otra unas prácticas desviadas”; en suma, reivindicando la pervivencia de una utopía aún por desarrollar. De hecho, existen pequeños grupos por Occidente, y algunos textos en la misma línea, reivindicativos del legado revolucionario de los hermanos Otto y Gregor Strasser, presentados como genuinos valedores de un “nacional-socialismo de izquierdas” que pretenden revalorizar en conexión con diversas teorías políticas de “tercera posición”.

Pero, volviendo al asunto que nos ocupa, acaso, los anteriores alegatos, ¿no son por completo asimilables a los mismos lugares comunes que recitan comunistas y análogos cuando se les recuerda la autoría marxista-leninista de buena parte de los genocidios más brutales del siglo XX?

Lo cierto es que el nacional-socialismo condujo al genocidio; al igual que el comunismo, o los diversos comunismos, según gustos, llevaron irremediablemente al Gulag, al Holodomor ucraniano, a la masacre de los pueblos khmer, tibetano, etíope, a la muerte de millones de chinos en las diversas fases del experimento maoísta, etc., etc. Genocidios, en cualquier caso, todos ellos.

Sucede que en lo políticamente correcto se percibe –sin debate ni petición de perdón alguno- que el comunismo es algo así como el “hijo revoltoso” del progresismo. Por ello se le perdona todo. Una doble vara de medir que no admite aval ético o intelectual alguno; salvo desde las piruetas dialécticas de Iglesias, Monedero y tantos otros capaces de justificar cualquier aberración –las que cada día acaecen en Corea del Norte, por ejemplo, y tantas otras- como titulares de una moral presuntamente “superior” a cualquier otra, permitiéndose cualquier transgresión y todo tipo de contradicciones.

Es lo que comparten los totalitarismos de cualquier color cuando consiguen implantarse: la masacre “industrial” de amplísimas franjas de población de cualquier edad y condición a las que se ha deshumanizado –previamente- en aras de una “nueva humanidad”; al considerarlas como un obstáculo para el éxito de su proyecto utópico. Ya sea rojo, pardo… o verde.

La diferencia entre todos ellos radica, en última instancia, en que no ha habido un Núrember para los crímenes del comunismo. Lástima.

Fernando José Vaquero Oroquieta, articulista y analista

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