MAURICIO.- Vamos a suponer, Fabricio, que no existe, efectivamente, ninguna diferencia esencial entre consumo e inversión. Sin embargo podríamos caer en una mera discusión palabrera, porque siempre será posible establecer una diferencia entre un consumo incompleto, esto es, un consumo del que sale el ahorro, y un consumo completo, empleado en el capital. O, si preferimos emplear la palabra inversión, hablaremos de una inversión directa e incompleta, causa del ahorro, y una inversión indirecta y completa en bienes de capital. También podríamos llamarles consumo ahorrativo y consumo no ahorrativo, o inversión directa e inversión indirecta, etc. Pero ¿para qué gastar palabras innecesarias? Eso no es racional. Llamamos a la una consumo y a la otra inversión. Esto es más útil, y lo explica todo igualmente.
FABRICIO.- Quizá tengas razón, amigo mío, pero antes de examinarlo vamos a otra cuestión: el ahorro no existe, es algo imposible.
SULPICIO.- ¡Pardiez, lo que hay que oír! Vamos a ver, si yo cobro por la venta de vacas y por la leche, digamos, cien millones de lerus en un año…
FELICIO.- ¡Oh, hombre afortunado…! Ja, ja, ja…
SULPICIO.- Lo digo por redondear, zoquete… Y dedico tres millones a mi consumo y siete millones a mejoras en los piensos, veterinaria, máquinas ordeñadoras, alojamiento de los animales, etc., me quedan noventa millones que ahorro. Es tan evidente que me cuesta trabajo oírte decir eso sin darte una buena hostia, por insultar mi inteligencia.
FABRICIO.- Eso es porque tu inteligencia es débil, simpático Sulpicio. Míralo desde un punto de vista más general: supón que Porriño vive de tus vacas y ovejas, y produce también todas esas máquinas ordeñadoras y demás que necesitas para mantener y mejorar tus rebaños. Supón ahora que el valor de toda esa producción de un año alcanza a doscientos millones de lerus, pero a la gente le da por no gastar más que cien millones. ¿Qué pasa con el producto por valor de los otros cien? ¿Que se ahorran? No, mi querido amigo, pasa que se echan a perder. Pasa que los productores de máquinas ordeñadoras y piensos y todo eso ven cómo su material se pudre o se oxida, por así decir, y tú verás cómo se estropea la mitad de la carne y de leche que produces. El Producto Porriñés Bruto tiene que consumirse (o invertirse, si lo prefieres) por entero, porque si no es así, hay pérdidas para todos. Si a la gente le da por consumir, pongamos por caso, la mitad de la carne y la leche que producimos, esos productos no se ahorran, se pierden, el dinero correspondiente no lo ahorramos, lo perdemos. Aun te lo diré de otra manera, y perdona la reiteración: tú dices que ahorras noventa millones de lerus, pero esos lerus solo tienen valor porque corresponden a productos reales, de otro modo serían dinero ficticio. Pues bien, si te abstienes de consumir esos productos reales, ¿qué pasa con ellos? Que quienes los fabricaron se arruinan.
MAURICIO.- ¡Pero chico!.. Todo el mundo sabe que el dinero para la inversión tiene que salir de algún lado, y solo puede salir del ahorro en el consumo. ¿De dónde, si no? Como dice Felicio, ahorramos de lo que ganamos, es decir, nos abstenemos de muchas cosas que podríamos consumir, y ese dinero no se pierde: lo metemos en el Banco de Porriño, y luego ese banco lo presta a quienes quieren crear una tienda o un taller o lo que sea, es decir, a quienes quieren invertir. De este modo nada se pierde y cada vez tenemos todos más, porque al aumentar el capital aumenta la producción. ¡Si es clarísimo! Explícanos, si no, de dónde sale la inversión. Me parece que tu forma de razonar va contra la evidencia y se parece a ti mismo: una forma de razonar chepa, tuerta, tartaja…
FABRICIO.- Atiende, ilustre cantamañanas: eres tú quien tiene que refutarme a mí. Yo digo que ese esquema de consumo, ahorro e inversión no puede funcionar tal como es generalmente explicado, y te he dado una razón. Si lo que se produce no se consume, se pierde. Podemos suponer varias cosas: que lo que unos ahorran consumiendo de menos, otros lo desahorran consumiendo de más, por algún mecanismo que habría que ver. O que el dinero representa algo más que el valor de la producción real, por ejemplo. ¡Qué sé yo!
VIII
UN CHAVAL.- ¡Mauricio, Mauricio! Un mensaje para ti, del ordenata de la peña pastoril.
SALICIO.- ¿Qué dice el mensaje, rapaz? Vamos, si no es secreto.
CHAVAL.- ¡A mí que me cuentas! Como no sé leer… Solo sé imprimir.
SALICIO.- ¡Ah, canalla! ¿Cómo sabes entonces que es para Mauricio?
FELICIO.- Venga, dejadlo. Léenoslo, Mauricio, anda.
MAURICIO.- Pues mira, viene de no sé qué blog, y lo firma manuelp, dice que rebate a Fabricio y me apoya, vía Von Mises: “Tan pronto quedan atendidas aquellas necesidades actuales cuya satisfacción se considera de valor superior a cualquier acopio para el futuro, la gente empieza a ahorrar una parte de los bienes de consumo existentes con miras a disfrutarlos más tarde. Tal posposición del consumo permite a la acción humana apuntar hacia objetivos temporalmente más lejanos”.
FABRICIO.- ¡Oh, Mauricio, mi pequeño saltabardas! ¿Habrá iluminado al gran Von Mises el maestro Pero Grullo? Cuando se consideran atendidas ciertas necesidades urgentes suele pensarse en otras menos urgentes porque las anteriores están atendidas. ¿Cómo podría estar alguien en desacuerdo? Pero a continuación viene lo del ahorro, y ahí está el problema…Si ahorras los bienes de consumo actuales, por lo común no podrás disfrutarlos más tarde, porque la mayoría de esos bienes se estropea, como decía yo antes, o bien se deprecia. No puedes ahorrar la carne o la leche de hoy para consumirla dentro de cinco años, por ejemplo, ni dejar de utilizar una máquina todo ese tiempo, porque esa máquina dentro de varios años valdrá mucho menos, o nada.
MAURICIO.- Pero vamos a ver, Fabricio, con tus peregrinas ideas solo estás demostrando que lo que existe, que lo que vemos que pasa en la realidad, ¡no puede existir! Me precio de ser en extremo racional, como creo haber demostrado con lo del sexo, pero eso me parece ir demasiado lejos…
FABRICIO.- Lo cual se debe a que los sentidos te engañan, igual que al individuo poco advertido, que mira el paisaje y concluye que la tierra es plana. Es más, puede dar la vuelta a la tierra sin percatarse de que es más o menos esférica. Los sentidos, buen racionalista, parecen estar hechos para engañar a sus poseedores, y ahí tienes a Salicio enamorado como un jilguero de alguien como Amartilis…¡Voto a tal, que hasta yo mismo soy más apetecible! Para una mujer, quiero decir, fuera bromas.
SALICIO.- ¡El diablo te lleve, tartaja desvergonzado!
FABRICIO.- No haré caso a tus trinos, Salicio, no vaya a pasarme lo que a tus ovejas con esa horrísona zambomba que no cesas de masturbar… Pero vamos al cuento, distinguidos zagales. Vosotros veis que unos tíos (o tías), ganan un dinero, el cual pueden fundirlo todo en comprar cosas que necesitan o que simplemente les gustan. Muchos lo hacen, pero otros dejan de comprar parte de esas cosas, y guardan el dinero sobrante con vistas a tener algo para su vejez, o para la enfermedad o lo que sea. Llamáis a lo que gastan, consumo, y a lo que dejan de gastar, ahorro. Ese ahorro lo llevan a un banco en vez de meterlo en un calcetín como antaño, porque el banco les ofrece un pequeño beneficio, un interés, muy pequeño generalmente, por hacerse con su ahorro. ¿Y por qué le ofrecen esa recompensa? Pues porque el banco se dedica a prestar ese dinero con un interés mayor, en eso consiste su negocio. Y a ese dinero que otra gente toma prestado del banco le llamáis inversión: ahorro igual a inversión, decís, una igualdad que no precisa ser exacta, pero sí muy aproximada.
MAURICIO.- Bien, pues eso es la observación más obvia, el sentido común.
FABRICIO.- ¡Demasiado obvia! Porque, como decía, si unos bienes dejan de ser consumidos, si lo que la gente podría gastar en ellos lo ahorra, esos bienes no consumidos no sirven para fundamentar una mayor riqueza futura, como se pretende, sino para arruinar a un montón de proveedores ahora mismo. Ya vio don Carlos Marx que ahí había truco, unas pretensiones morales, es decir, la virtud de la abstención, de la frugalidad, recompensada por una mayor riqueza, pretensiones que no encajaban en el esquema.
SULPICIO.- ¿A estas alturas vas a creer a Marx, jorobeta?
FABRICIO.- Dejemos eso ahora, excelente Sulpi… Esa pretensión de virtud es pura filfa. Lo que hay es, cabe suponer, es que, como decía antes, lo que unos ahorran, otros lo desahorran comprando un montón de cosas que no pueden pagar ahora, pero que esperan pagar en el futuro, es decir, que viven a crédito. De esa manera, los bienes producidos no se echan a perder, como pasaría si a la gente le diese por ahorrar sin más ni más. Porque, reconoced una cosa: de acuerdo con lo que os dicen los sentidos, ese dinero que ingresáis, o bien supone una cantidad de cosas que podríais consumir, o bien solo una parte de él supone esas cosas, para que no haya destrucción de ellas por el ahorro. Pero entonces, ¿qué significa la otra parte del dinero que no os gastáis? ¿Acaso puede hacerse dinero simplemente para meterlo en el banco, sin otra utilidad? En fin, ¿os dais cuenta de cómo os engaña lo que parece evidente? Os parecéis a los que dicen que el nacionalismo es la causa de los conflictos entre naciones. No, señor, la causa de los conflictos está en el derecho. Unos atacan y otros se defienden porque creen tener derecho a hacerlo… Si no hubiera derechos, no habría conflictos.
Pío Moa, historiador y escritor.